
A principios de 2016, Bruselas y Ankara firmaron un acuerdo, muy denostado, que establece el envío a Turquía, inmediatamente, de los exiliados que alcancen las fronteras griegas y desde allí, su eventual salida, esta vez hacia el interior de la Unión Europea mediante una regla numérica distributiva de "tú acoges, yo acojo".
Aquel acuerdo, con el que casi nadie estuvo contento excepto Turquía, ha producido, sin embargo, un efecto mucho mayor del previsto porque los desembarcos en las islas griegas, según señala el ejecutivo comunitario, han disminuido notablemente y, desde junio de este año, las llegadas se cifran en 85 emigrantes al día con respecto a los 7.000 diarios que, de media, venían produciéndose en los meses precedentes al acuerdo.
Por otra parte, las estadísticas nacionales y las europeas muestran que el reparto de refugiados ha sido muy bajo y que al otro lado de las fronteras exteriores de la Unión Europea siguen vivas decenas de miles de voces de expatriados de todas las edades, fugitivos de las guerras y de la injusticia.
Se piense o no que se trata de un problema europeo (asunto sobre el que no me detendré ahora), lo cierto es que la Comisión Europea no prevé la aplicación de sanciones a los Estados miembros que no cumplan los acuerdos de reparto en materia inmigratoria y ni siquiera parece tener previsto el diseño de un procedimiento para llevar a cabo la imposición de sanciones a los países que no quieren aceptar el reparto de cuotas.
Dicha fórmula no es compartida por varios países, especialmente del este de Europa que, a cambio, han introducido el novedoso concepto de "solidaridad flexible", una especie de eufemismo para referirse al hecho de que Hungría, República Checa, Eslovaquia y Polonia, prefieren abiertamente contribuir con aportaciones financieras mucho antes que acoger refugiados. Prefieren pagar dinero a recibir personas. Esto puede dar una pista del escaso temor que pueden tener los países incumplidores, en la medida en que las sanciones, incluso, podrían ser exactamente un beneficio o, concretamente, lo que buscan para librarse de recibir refugiados.
Tal vez por ese motivo, el comisario europeo de Inmigración, Dimitri Avramópoulos, ha señalado que Bruselas no está abriendo procedimientos de infracción porque el tema es demasiado complejo y tan opinable que suscita una enorme resistencia incluso entre los países que aparentan tener interés en cumplir y acoger su cuota correspondiente de refugiados. Hay tipos de parálisis -como esta sancionadora- que responden a una estrategia más que a una inseguridad.
En realidad, lo cierto es que, adicionalmente a las resistencias de la mayor parte de los gobiernos, por unas u otras causas, incluso si tales resistencias desaparecieran, resultaría difícil cumplir los acuerdos en los términos pactados porque los procesos de selección y clasificación, censos y comprobaciones que deben seguirse en los países de llegada es muy confuso y porque los refugiados que pueden ser distribuidos deben pertenecer a nacionalidades específicas y es preciso asegurarse de que sus procedencias son legítimas, esto es, que no se mezclan personas que no tienen causa de huída y cuya pretensión única es entrar en la Unión Europea como emigrantes económicos y no políticos, o, sencillamente, para facilitar el terrorismo islámico o la delincuencia organizada internacional.
Ante la dificultad de controlar las fronteras externas de la Unión, algunos países, como Alemania, Austria, Suecia, Dinamarca y Noruega, solicitaron y obtuvieron la facultad transitoria de reintroducir controles extraordinarios en las fronteras internas del espacio Schengen. La autorización que recibieron era temporal y termina el 12 de noviembre. Es evidente que, aun cuando nada se ha dicho todavía, Bruselas decidirá renovar la medida, considerando el difícil contexto político originado por los efectos del Brexit, el inicio de la desconexión británica en marzo del año próximo y las elecciones nacionales en Alemania y en Francia, junto con el referéndum constitucional italiano que puede llevar a elecciones anticipadas en 2017.
Entre tanto, ha pasado un año desde el colapso migratorio que alarmó al mundo, los campos de refugiados siguen saturados y para muchas personas, el paréntesis que la guerra, el terror, el miedo y la injusticia abrieron en sus vidas, sigue oscuramente abierto sin perspectivas de cerrarse.