
Las características de nuestra economía habían sido, desde el inicio de la Restauración en 1874 hasta 1959, las derivadas del cierre de posibilidades de importar. Por ejemplo, cuando se lee la colección de la Revista Nacional de Economía, en 1916 impresiona cómo esto Emilio Riu lo vinculaba a que España fuese (si tenía aislamiento, o no; si existía apertura) un país independiente, en el artículo ¿Puede y le conviene a España ser nación independiente? Como ha señalado esa gran investigadora de cuestiones de la economía contemporánea española, que es Elena San Román todo esto culmina con la influencia "que el nacionalismo del primer tercio del siglo XX ejerció sobre las autoridades económicas civiles en la inmediata posguerra.
En especial se ha destacado cómo sobrevivió la idea del Estado dirigista entre los más ilustres teóricos de la autarquía, entre los que cabe citar a Antonio Robert, el autor de Un problema nacional: la industrialización necesaria, o a Higinio Paris Eguilaz", a lo que añade el impacto debido a la vertiente militarista del nacionalismo económico, que la profesora San Román ha expuesto en su artículo Ejército e Industria: el nacimiento del INI (Crítica, 1999).
Todo eso pasó a ser un capítulo ahora superado de la historia económica española como consecuencia del papel central de Alberto Ullastres en el Plan de Estabilización de 1959. En una conversación con él le pregunté qué le había hecho atreverse a comenzar un proceso de apertura de la economía española que culminó con el citado Plan de 1959, cuando en aquellos momentos era colosal el déficit exterior, hasta el punto de no disponer de divisas para pagar las mercancías que, ya embarcadas, procedían del extranjero y estaban dirigiéndose a puertos españoles.
La contestación fue: "Me había leído a fondo el trabajo de Perpiñá Grau De economía hispana y me había convencido que sin apertura no había nada que hacer". Y esto lo acompañaba de una clara presión hacia la libertad del mercado, dentro del mensaje de la Escuela de Friburgo, que le había llegado en el Instituto de Estudios Políticos, con las aportaciones de Valentín Andrés Álvarez y de Stackelberg, a partir del libro de Eucken, Die Grundlagen der Nationalökonomie (Gustav Fischer, 1940).
Y el cambio fue, no solo rotundo, sino permanente. Por eso conviene destacar esto, porque se encuentra detrás del éxito alcanzado por la economía española desde entonces. Basta señalar que desde 1874, inicio fundamental del proceso de cierre de 1959, el PIB a precios de mercado, en pesetas de 1958, pasó de 9.525 a 20.935, o sea que se multiplicó en 85 años por 2,2, y de 1959 a 2000, año en el que este PIB por habitante era de 27.757,2 pesetas, en 41 años (menos de la mitad del periodo anterior) se multiplicó por 4,2.
A España la apertura y la libertad de mercado, por tanto, le vienen de maravilla. Y al contemplarse con una serie de medidas favorables para los grupos de rentas más bajas, crean un panorama extraordinariamente conveniente.
Pero, hay que repetirlo, esto se encuentra ligado a la apertura que conviene tener muy en cuenta. Y conviene transcribir unos párrafos del espléndido artículo del profesor Serrano Sanz La economía española en Europa más allá de 30 años, el monográfico de Información Comercial Española, mayo-junio 2016, La economía española en el reinado de Juan Carlos I: "En 2015 el coeficiente de apertura exterior de la economía española, medido a través de la balanza de bienes y servicios fue un 63,7%.
Con esa cifra a día de hoy, en el grupo de las economías europeas de mayor tamaño, la española es una de las más abiertas que existen, solo superada por Alemania, pero por delante de Francia, Italia y Gran Bretaña". Como contraste, en 1948 (era el ministro de Industria y Comercio, Juan Antonio Suanzes) "el coeficiente de apertura al exterior era un escuálido 0,42%".
Y el mercado básico es el de nuestros socios en la Unión Europea. El profesor Serrano Sanz subraya, para comprender el papel de nuestra integración en el mundo europeo, a través de ser miembro de la citada Unión Europea, que en 1985, el año inmediatamente anterior a la integración, el grado de apertura de la economía española era de 34,1.
Tras todo esto, ¿qué decir de los amagos proteccionistas que han comenzado a surgir? Por eso el panorama tiende a alterarse. Por una parte esto se puede comprobar en el caso del Brexit pero, igualmente, en la reaparición de fuerzas políticas dedicadas a alabar el nacionalismo económico y a buscar planteamientos proteccionistas.