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Formación y descrédito de los políticos

La sociedad civil española recela en general de sus políticos por una cascada de acontecimientos que se han ido produciendo a lo largo de los últimos años. Esta generalización puede no ser justa, pero muy poco se ha hecho para cambiar tal percepción. Tampoco ha ayudado la larga situación de bloqueo institucional, que refuerza la imagen de unos políticos más preocupados por "lo suyo" que por lo de todos.

Winston Churchill, uno de los más sobresalientes hombres de Estado del siglo XX, dijo que "el político debe ser capaz de predecir lo que va a pasar mañana, el mes próximo y el año que viene, y de explicar después por qué no ocurrió lo que predijo". Casi nadie pone en duda hoy que Churchill estaba un escalón por encima de los demás, y la mayor parte de las referencias biográficas sobre su persona coinciden en señalar su vasta formación, su habilidad para interpretar la extensa información que manejaba y su enorme capacidad de trabajo, como los cimientos a partir de los cuales construyó su brillante trayectoria.

Conocimiento, formación e información. Estos son los fundamentos sobre los que debiera descansar cualquier carrera política. Fundamentos que no se adquieren de la noche a la mañana y que no se enseñan necesariamente en las universidades. Mucho menos en las escuelas de verano y otros centros de adoctrinamiento de los partidos políticos, cuya legitimidad y utilidad para fortalecer la coherencia ideológica de las siglas de turno nadie cuestiona, pero que están muy lejos de ser los lugares adecuados para el aprendizaje, la reflexión y el contraste de ideas que exigen sociedades cada vez más interconectadas y complejas.

Tener una sólida formación, universitaria o de otro tipo, es importante, pero no es condición suficiente para ser un buen político. Para estar a la altura de lo que esperan unos ciudadanos cada vez más exigentes, el político del siglo XXI no solo ha de atesorar un nivel estimable de lo que entendemos por cultura. Tampoco es condición bastante el acopio de experiencias. Las sociedades actuales requieren servidores públicos que estén a la altura de realidades mucho más ricas e interconectadas. Desde mi punto de vista, y huyendo de cualquier elitismo, creo que en un futuro no muy lejano no será posible ejercer la actividad política, al menos en el primer nivel de la misma, sin un grado de especialización muy superior al que hoy se exige.

Se trata de impulsar el conocimiento profundo del funcionamiento de las instituciones, más allá del Ejecutivo y el Legislativo; el intercambio de experiencias, en especial las que han contribuido decisivamente a solucionar problemas de calado; el conocimiento de realidades ajenas a las nuestras que proponen nuevos caminos para mejorar la calidad de vida de nuestros ciudadanos. Y también, casi como colofón de lo anterior, de reducir el peso de la ideología en la cadena de toma de decisiones.

Países con larga tradición democrática, como Gran Bretaña, Francia y Estados Unidos, tienen una larga tradición en este terreno, con centros específicos para políticos dentro de campus como Oxford, Cambridge, SciencePo, Harvard o la prestigiosa Ecole Nationale de Administration (ENA), en París. Lugares en los que, además de adquirir conocimientos de la mano de expertos de primera fila -entre los que no faltan muchos Premios Nobel-, el profesional de la política aparca en la puerta su ideología y aprende a trabajar con sus adversarios, a identificar y compartir prioridades.

En España, desde el Centro de Estudios de Políticas Públicas y Gobierno de la Universidad de Alcalá, que acaba de cumplir diez años, se quiere seguir el ejemplo de las grandes escuelas internacionales, ayudando a la formación de líderes duraderos y fuertemente comprometidos con el servicio a la sociedad. Desde su constitución en 2006, el Centro ha organizado 26 foros en los que han impartido clases, entre otros, tres Premios Nobel, los profesores Harald zur Hausen, Joseph Stiglitz y Angus Deaton, y han participado 1.300 alumnos de todos los partidos políticos.

Según Félix de Azúa "los políticos están renunciando a su responsabilidad y trasladan las decisiones peligrosas a la sociedad". Tiene razón, aunque lo que no dice el escritor catalán es que la "sociedad glorificada" a la que se refiere es a menudo corresponsable por omisión del descrédito de la política. Porque que la política sea ese oficio honorable al que merece la pena empujar a nuestros hijos, no es solo tarea de los políticos, sino de todos, también de la sociedad civil, en especial de los medios de comunicación, y los ciudadanos en su conjunto.

No hay soluciones fáciles, pero, sin duda, la mejora de la formación y la promoción del intercambio abierto de pareceres son las únicas rutas seguras para recuperar la confianza en nuestra clase política y el crédito de las instituciones.

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