
En su canción Tango de las madres locas, Carlos Cano decía: "Cada vez que dicen patria pienso en el pueblo y me pongo a temblar". Se refería, naturalmente, a Videla y demás generales de la dictadura argentina. La experiencia histórica nos ilustra acerca del uso y abuso de la palabra patria por parte de los fascismos y regímenes autoritarios.
La Historia de España no es una excepción. Pero hay otras manipulaciones no fascistas del término que pasan desapercibidas. España es una realidad geográfica y un precipitado histórico plural, en lo económico, en lo social y en lo cultural, tanto en la realidad política como en el imaginario colectivo. Y en muchos casos y situaciones una referencia sentimental de identidad grupal o colectiva.
Pero España es, fundamentalmente, un conjunto de seres humanos con necesidades, problemas, deseos, que viven estructurados en clases, edades y situaciones de falta de horizonte de su juventud, precariedad y umbrales de pobreza para un porcentaje altísimo y además con una pérdida de referencias axiológicas y morales.
Esa España es obviada, velada, eclipsada cuando el mito España pasa a ser la única y totalizadora referencia a ella. Decía Lévi-Strauss que "el mito se organiza de tal manera que se constituye por sí mismo como contexto". El mito deviene en una liturgia verbal y mental que necesita de sacerdotes, apologistas y cultivadores de simplezas interesadas. Y digo interesadas, porque el mito disuelve la percepción real de las cosas.
El mito España vuelve a aparecer cuando se plantea que lo primero es España y después el partido. ¿Acaso el Gobierno de turno no tiene una política concreta que sirve más a unos españoles que a otros? ¿Es que importa más gobernar que la ejecutoria del hipotético Gobierno y la del partido que lo sustenta? Sacerdotes y sacerdotisas del mito España son, sabiéndolo o no, ocultadores de la verdad y servidores de la ignorancia programada.