Firmas

El bienestar global requiere cooperación

  • El terrorismo, el cambio climático y la desigualdad pueden limitar el desarrollo
  • Los mercados financieros, cada vez más integrados, avanzan en transparencia

Transcurridas las tres cuartas partes del año, los problemas con los que comenzó el ejercicio siguen vigentes. En Europa, la tensión de los refugiados, la incertidumbre derivada tras el resultado del referéndum en el que los británicos votaron por salir de la Unión Europea y la falta de un sólido crecimiento económico, siguen siendo una fuente de preocupación.

Asimismo, los conflictos geopolíticos en Oriente Medio y la amenaza terrorista en Europa, han puesto de manifiesto la vulnerabilidad de nuestras sociedades frente a la emergencia del fundamentalismo. El resto del mundo sigue hoy pendiente de las elecciones en Estados Unidos y del impacto propiciado por la probable normalización de la política monetaria en ese país, así como del devenir de China con el consiguiente impacto en los mercados emergentes, especialmente, en América Latina.

En este contexto, las estimaciones de julio del Fondo Monetario Internacional (y probablemente las que se publiquen a inicios de octubre), no ayudan a insuflar optimismo: por quinta vez consecutiva en los últimos doce meses, el FMI vuelve a rebajar sus previsiones de crecimiento para la economía mundial. En definitiva, la economía global deambula golpeada por una crisis de confianza para la que no parece existir soluciones políticas a corto plazo.

En un entorno tan complejo, un grupo de economistas liderados por Michel Camdessus y Harinder Kohli, se han atrevido a mirar hacia el futuro y bajo una visión muy objetiva, ausente de sesgos políticos, han identificado diez tendencias globales que, de manera inexorable, van a condicionar el futuro de nuestros países en los próximos años. La demografía, la urbanización, el cambio climático, la escasez de los recursos naturales, el ímpetu de una nueva clase media y el mayor peso de las economías emergentes son tendencias ampliamente reconocidas por la mayoría de analistas.

Este grupo de fuerzas contrastan con otras más singulares, como la disrupción digital y la conectividad y el resurgimiento de actores violentos sin pertenencia a un Estado específico. También resaltan el continuado ímpetu de la globalización y la desaparición de fronteras entre mercados financieros, elementos que algunos analistas, encabezados por Martin Wolf, están cuestionando recientemente a la luz de las consecuencias socioeconómicas de la crisis iniciada en 2008 y el estancamiento del comercio global.

El impacto de estas tendencias sobre las economías individuales o regiones será diverso y el cruce entre ellas conformará un mundo complejo, que tenderá a girar alrededor del dinamismo de las economías emergentes y, sin duda, más centrado hacia el Este (en 30 años, más del 50 % del PIB mundial será generado por las economías asiáticas). Este nuevo orden propiciará una estructura económica y un modelo de gobernanza diseñado para servir de una forma diferente al que conocemos.

Sin embargo, un cuidadoso análisis de estas tendencias económicas de largo plazo sugiere que sólo tres de ellas (el cambio climático, la desigualdad y la amenaza terrorista) tienen el potencial de limitar el desarrollo y el bienestar, lo que nos obligará a trabajar de forma más coordinada entre países y regiones para reducir el riesgo que suponen. Por el contrario, el resto de fuerzas, si se manejan adecuadamente en un entorno de mayor cooperación global, tienen el potencial de contribuir al desarrollo y bienestar de la población. Así ha ocurrido en el pasado y no tiene por qué ser diferente en el futuro.

De hecho, en los últimos treinta años, el PIB per capita mundial, expresado en términos constantes, se ha multiplicado por cinco y, según el Banco Mundial, el porcentaje de personas que viven con menos de 1,9 dólares al día se ha reducido del 44 % en 1980 al 13 en la actualidad. Un avance que, en aquellos años, no estuvo exento de acontecimientos tan disruptivos como la caída del muro de Berlín, el colapso de la Unión Soviética, diversos conflictos en Oriente Medio, violentos ataques terroristas y diferentes episodios recesivos de fuerte calado.

Ahora, como en el pasado, el panorama económico global también está expuesto a una gran cantidad de factores que propician un elevado grado de incertidumbre. Sin embargo, es innegable que una buena parte de países, incluidos los emergentes, han mejorado el manejo de la política macroeconómica y han fortalecido las instituciones. Asimismo, los sistemas financieros, cada vez más integrados, tienden a ser más transparentes y los bancos están en una posición más saneada y solvente que en el pasado, expuestos a una regulación preventiva más exigente y a un mayor grado de supervisión con lo que, consecuentemente, han recuperado la capacidad de contribuir a una nueva fase de crecimiento.

Por tanto, aquellas tendencias globales que suponen un impacto potencial sobre nuestras sociedades, tenderán a promover más que a frenar el desarrollo económico y los niveles de prosperidad de los ciudadanos. Un bienestar que podría potenciarse si los países e instituciones trabajasen de forma coordinada, se reforzaran los mecanismos de cooperación entre gobiernos y se fomentase la igualdad de oportunidades entre sus ciudadanos. Sólo así, se podrá promover una sociedad más próspera, justa y armoniosa.

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