
Los posibilidades de que los economistas acierten en su predicciones son, por lo visto, similares a las de que un chimpancé dé en la diana en un juego de dardos, según el académico Philippe Tetlock, que observó los trabajos realizados por tres centenares de estos profesionales a lo largo de veinte años. De las 134 crisis y recesiones acaecidas en el mundo en desarrollo entre 1991 y 2008, el Fondo Monetario Internacional (FMI) sólo predijo 15. Por supuesto, de la última Gran Crisis ni se enteró, hasta que sus efectos comenzaron a devastar el sistema financiero mundial.
Si echamos un vistazo a los últimos acontecimientos, el ratio de aciertos no es mucho mejor. Grecia sigue perteneciendo al euro, pese a que muchos agoreros anunciaron su inmediata salida de la moneda única y la posterior desintegración de ésta. Nadie pudo imaginar que adquirir deuda de Abengoa, una compañía de renovables que fue a concurso de acreedores este año sin que nadie lo advirtiera, iba a ser infinitamente más arriesgado que un bono griego, que paga sus cupones como si nada hubiera ocurrido.
El último patinazo es sobre el Brexit. El Gobierno de David Cameron, respaldado por una larga lista de prestigiosos economistas, predijo una hecatombe en el Reino Unido si abandonaba la Unión Europea. Tres meses después, nada de eso ha sucedido. Al revés, las exportaciones se fortalecen, al igual que el consumo, y el precio de los inmuebles retoma el rumbo ascendente.
La Unión Europea celebra este fin de semana en Bratislava su primera cumbre para vislumbrar el futuro de la UE sin el Reino Unido. La canciller Angela Merkel advirtió que levantaría un muro en las relaciones comerciales con este país. Su ministro de Asuntos Exteriores, Frank-Walter Steinmeier, dijo esta semana que no se puede dar igual trato a "un gran país como Gran Bretaña, con más de veinte años como miembro de la UE, que a uno de fuera".
No hay más que darse una vuelta por Londres para comprobar que los británicos adoran los coches alemanes. Su balanza comercial es fuertemente deficitaria con Berlín por culpa de las importaciones de automóviles, entre otros artículos, al igual que ocurre con el resto de la UE.
La primera ministra británica, Theresa May, alarga prudentemente la invocación del famoso artículo 50, que dará el pistoletazo a las negaciones de divorcio, hasta que alemanes y franceses celebren elecciones en la próxima primavera.
Hay temas urgentes por resolver, como el conocido pasaporte bancario, que puede provocar el final de la City financiera. Pero proliferan los reportajes sobre la falta de oficinas en Francfort, París o Dublín para alojar a la legión de bancos, compañías de seguros o fondos de inversión que deberán de trasladar su sede para seguir operando en el Viejo Continente si pierden su salvoconducto.
Madrid, pese a los esfuerzos promocionales de Cristina Cifuentes, no está en la lista de los destinos preferentes para las compañías británicas, entre otros asuntos, por la escasez de inmuebles de oficinas de primera calidad. Las trabas de la alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena, a la Operación Chamartín, alimentan la renuencia de los británicos a instalarse en España.
El Brexit también provoca turbulencias en el sector aéreo. El presidente de Ryanair, Michael O?Leary, fue el primero en advertir que IAG tendrá que deshacerse de Iberia y Vueling, porque incumplirán los requisitos para ofrecer vuelos intraeuropeos, como explica hoy elEconomista. El irlandés, rey del low cost, se frota la mano ante la posibilidad de quitarse también de un plumazo a otro de su grandes rivales, Easyjet, por su nacionalidad británica. Hay que buscar un arreglo.
La ausencia de Gobierno en España es otro de los asuntos que genera negros augurios, hasta ahora inciertos, porque la economía bate récord tras récord de crecimiento. Vamos a terminar el año por encima del 3% del PIB. La inversión extranjera sigue a buen ritmo, sobre todo en el inmobiliario, donde se retoman viejos proyectos.
El fondo americano GIP desembarcará con casi 4.000 millones de inversión en Gas Natural gracias a las gestiones de Mario Armero (también presidente de ANFAC), que logró convencer a sus directivos, encabezados por el nigeriano Adebayo Ogunlesi, de que estaban ante una oportunidad que no deberían dejar escapar por las incertidumbres políticas actuales.
Pero al margen de las grandes operaciones que servirán para maquillar las cifras finales de inversión foránea, la economía comienza a ofrecer síntomas inquietantes. La ausencia de regulación amenaza la actividad de la banca o la energía, la contratación de obra pública se hunde un tercio y la creación de empleo se ralentiza en lo que va de año. Unas terceras elecciones agravarían los déficits públicos y revivirían el fantasma de la Gran Crisis. Nada es del color que parece.