
En los Cursos de La Granda tuvo lugar, con Arcadio Gutiérrez Zapico, director general de Enerclub como director, un curso titulado 'La transición energética. Hacia un modelo más sostenible'. En él, un conjunto de 12 expertos expusieron los mil y un aspectos que ofrece la realidad energética española, y de qué modo podía ésta mejorar. Esa es una exigencia para que el desarrollo económico español sea el adecuado. Los planteamientos fueron muy rigurosos y, me atrevo a decir, implacables por su cobertura científica.
Por ejemplo, cuando se busca insistentemente por partidos políticos en Asturias que siga la producción carbonífera y se prohíba la llegada de carbón de importación, se sostuvo y justificó que el límite que existe para su extracción en Asturias se situaba en el año 2018. Por otro lado se mostró la alta probabilidad de una próxima y clara subida en el precio del petróleo. Igualmente se señaló que esas tesis de que el gas y el petróleo iban a poder esfumarse pronto, sustituidos por otras energías, carecían de base seria.
Pero en los debates quedó claro que España tiene riesgos importantes, por lo que se refiere a la disposición de energía, que le permitan ser competitiva por dos serios motivos. Por un lado a causa del desastre que se deriva de su política energética, encabezada por una sumisión de la política económica a planteamientos electoralistas. Un caso evidente es el de la energía nuclear. No existe ningún argumento serio que avale lo sucedido en España en este sentido. Como consecuencia del choque petrolífero de los años 70, dos sucesivos ministros de Industria, Alfredo Santos Blanco y Alfonso Álvarez-Miranda pusieron en marcha la construcción de un Plan Energético Nacional, en el que la solución nuclear ocupaba un puesto central.
España había comenzado a desarrollar investigaciones en este terreno vinculadas a miembros de las Fuerzas Armadas, en conexión fundamentalmente con los Estados Unidos en plena Guerra Fría. Realidades como las bombas de Palomares, o las posibilidades que para disponer de armamento nuclear ofrecía el modelo francés, andaba detrás. Pero todo esto pronto quedó a un lado, frente a las posibilidades económicas. Pero cuando esto, ya en la Transición tenía que ponerse en marcha, surgió una oposición más basada en actitudes de oposición a algo que parecía ligado a los Gobiernos finales de Franco, y eso lo tenía que condenar.
Desde las declaraciones de Felipe González a los actuales planteamientos de Podemos, la propaganda consiguió cortar el empleo de la energía nuclear, y hay que confesar que triunfó. En las contiendas electorales se consiguió arrastrar en contra de esa opción, con planteamientos ligados a posibles catástrofes que espeluznaban a la población española, aunque curiosamente no a la vecina población francesa.
Por eso surgieron vacilaciones de peso en Suárez. El freno se acentuó con los Gobiernos de González, y no digamos con los de Zapatero. Y esto no sucedió sólo en España. Por ejemplo, en Alemania, el Gobierno democristiano de Merkel cedió ante la ofensiva de organizaciones políticas ecologistas. La campaña contra la solución nuclear se acentuó con el Gobierno Zapatero. La última victoria en este sentido, aparte del bloqueo a la aparición de nuevas centrales, a la ampliación de las existentes, y se asumió, aunque ello acabase encareciendo la energía y dificultase la competitividad, e incluso la existencia de actividades industriales, como por ejemplo, las metalúrgicas.
El cierre reciente de la central nuclear de Santa María de Garoña es prueba de esta victoria, a pesar de que así se frena el desarrollo económico y el nivel del empleo. La política, pues, parece seguir contemplando la realidad energética más pensando en votos y adhesiones, que en progresos en el bienestar de los españoles. El catedrático Agustín Alonso Santos, de la Universidad Politécnica de Madrid, expuso a la perfección todo eso. Una reciente publicación suya no ha podido ser criticada científicamente, pero da la impresión de que se ha archivado.
El otro elemento expuesto es el progreso científico tecnológico, que existe en el terreno energético. Es tan considerable que impide hacer pronósticos de cómo va a ser realmente este panorama, por ejemplo, en el 2040, aunque personas que deseen ofrecer cifras presenten lo que ese año ocurrirá en la energía, su base científica puede calificarse de nula. Aunque, por ejemplo, el futuro de las energías renovables y su papel, o lo que puede ocurrir en el paso de la energía de fisión nuclear a la de fusión, hace que multitud de organismos se lancen a poner fecha, aunque cuando se someten sus profecías a examen serio, se observa su escaso valor.
Reuniones como ésta de La Granda, muestran por dónde pueden ir los caminos acertados y quizá lo acaben consiguiendo. El poder de las ideas, en más de una ocasión, es más grande de lo que parece a primera vista. Así que dejemos a un lado un pesimismo radical sobre nuestro futuro energético.