
Una vez más, julio ha rebajado el número de parados de nuestro maltrecho mercado laboral. Según los datos que hoy nos trasladaba el ministerio, el número de parados inscritos en las oficinas del servicio público de empleo estatal (Sepe) bajó en casi 84.000 personas (el mejor dato en un mes de julio desde 1997), hasta situarse en 3.683.000 desempleados, la cifra más baja desde 2009.
Sin duda estamos ante unos datos tremendamente positivos, que no admiten paliativos, que sirven de contrapunto a la ralentización en la creación de empleo que nos mostraba la última EPA (encuesta de población activa).
Como comentábamos, con la llegada de la temporada estival el mercado laboral florece y las datos hacen que el Gobierno de turno se atribuya todas los méritos de algo que no es más una repetición de algo cíclico que se repite año tras año (si bien este año han sido mejores) y que sin duda, sucede de manera independiente a las políticas económicas y laborales aplicadas en el momento.
Después de esto, deberíamos preguntarnos, ¿por qué tanta temporalidad?; ¿por qué estos magníficos datos no se repiten a lo largo del año? Entre las razones que la motivan:
En primer lugar hay una razón que destaca por encima del resto: que es el abuso por parte de las empresas de los contratos temporales, cayendo en muchos casos en ilegalidades, con prácticas contrarías al espíritu de la Ley y, normalmente, muy difíciles de demostrar.
Además, no estamos dentro de una cultura laboral en la que temas como la movilidad, el salario o las horas trabajadas sean de difícil negociación; aunque con la Reforma Laboral algo se ha mejorado, siguen siendo aspectos muy delicados.
Por otro lado, el entorno macroeconómico que estamos viviendo desde el año 2007 no ha ayudado en absoluto a crear empleo estable, en gran parte por la incertidumbre y la falta de confianza en el futuro.
Por último, el tamaño de nuestras empresas, donde predominan las pymes, no ha favorecido la creación de empleo estable, ya que éste suele ser más consistente en las empresas de mayor tamaño.
Además, debemos destacar que si bien gran parte de nuestro tejido productivo está basado en el sector servicios y más concretamente en el turismo (la profesión de camarero ha sido una de las de mayor crecimiento en los últimos años) y esto influye sobremanera en la estacionalidad de nuestro mercado de trabajo, esta temporalidad se extiende prácticamente a todos los sectores de actividad (educación, sanidad, construcción, etc.) reflejando, como decíamos al principio, el análisis la peculiar cultura de las compañías españolas frente a la temporalidad. Por ejemplo, ¿cuántos profesores de primaria y secundaria conocemos que les rescinden el contrato en junio y les vuelven a dar de alta en septiembre?
Desde mi punto de vista, parte de la solución al problema pasaría por un contrato único. Actualmente en España, tenemos trabajadores de primera con contratos indefinidos que se encuentran en una situación de súper protección y que saben que son caros de despedir y, por otro lado, tenemos trabajadores que sólo encadenan contratos temporales y que viven en un continuo estado de precariedad laboral; esto conlleva que en muchas ocasiones cuando el empresario se ve obligado a reducir plantilla y tiene que despedir a algún trabajador, no lo hace por criterio de productividad o eficacia, sino que despide por razones de coste. Sin duda, esta dualidad del mercado se atenuaría con este contrato único, que además mejoraría nuestra competitividad.