
Mucho se ha comentado sobre las repercusiones en la construcción de la UE del resultado del referéndum en Reino Unido, país que, no hay que olvidar, siempre protegió celosamente sus propias reglas frente a las instituciones europeas. Ya parece obvio que ni es una "oportunidad" ni provoca un daño irreversible. Peor hubiera sido una salida de Francia o Alemania, o una salida traumática de Grecia.
Reino Unido representa el 11% del PIB europeo, pero no deja de ser un "periférico" por propia voluntad que quiso estar fuera de la Eurozona y, entre otros muchos desencuentros, logró eliminar los términos "federal" (para el Tratado de la Unión) y "legislativo" para los actos de la UE durante la negociación del Tratado de Maastricht.
Es cierto que, potencialmente, se pueden desencadenar otros fenómenos, como la propia desintegración del Reino Unido (Escocia e Irlanda del Norte, europeístas, podrían solicitar el ingreso en la UE), o un posible efecto contagio a países que en momentos plantearon referéndums similares, con la consiguiente volatilidad, incluidos más episodios de turbulencias financieras. 2017 será decisivo: se celebran elecciones en Francia y Alemania, y posiblemente en Italia y Holanda. Veremos.
¿Realmente nadie esperaba el resultado? De alguna forma es consecuencia de los fallos de la democracia directa, que puede moverse más por emociones que por racionalidad, con consecuencias irreversibles por generaciones, frente a la democracia parlamentaria. Por solo 1,9 puntos porcentuales (sobre más de 33 millones de votantes) ya no se habla en los artículos del pragmatismo británico. Cuestiones tan complejas como la salida de la UE requieren debate parlamentario y mayorías cualificadas, no simples.
En el ámbito económico, antes del referéndum se publicaron (apresuradamente) varios estudios de impacto, incidiendo en la ruptura de los lazos comerciales de Reino Unido. Pero casi nadie se molestó en analizar el componente interno de su situación, decisivo para explicar el resultado final. Su tasa de paro está en mínimos desde 2005 (5%) y el nivel de empleo en su nivel más alto desde que existen registros. Pero detrás hay otra realidad. Los salarios reales prácticamente no han crecido desde 2001, la desigualdad salarial está en máximos y el porcentaje de población en riesgo de pobreza se sitúa muy por encima de países como Alemania, Francia, Bélgica u Holanda (Eurostat, marzo 2016).
Incluso la primera ministra del partido conservador dijo en la presentación de su programa económico que "existe una poco saludable y creciente diferencia entre lo que cobran los trabajadores y sus jefes" (hay más declaraciones similares). Luego está el voto pro Brexit de los mayores de 50 y 65: los autónomos, que han crecido enormemente, apenas hacen aportaciones a planes privados de pensiones porque simplemente no pueden permitírselo. Y las pensiones son muy reducidas, en términos relativos, en comparación con los países desarrollados. Hoy representan el 40% del salario medio, frente al 80% (por el momento) de países como España e Italia (OCDE, diciembre 2015).
En buena parte, esta evolución viene explicada por los movimientos migratorios consecuencia de la globalización político-económica, especialmente a partir de los 90, desde países europeos más pobres (Este), hacia el Reino Unido. Para muchos ha sido enormemente útil. Esa mano de obra barata ha construido viviendas y carreteras y realizado trabajos que muchos ingleses rechazan.
Pero ha contribuido (responsabilidad de la gestión interna de esa globalización, no de la UE) a los descensos salariales de amplios sectores y, en consecuencia, a un cierto descontento del que se tiende a echar la culpa a Bruselas. Por ello, Cameron solicitó formalmente al Consejo Europeo, buscando beneficio electoral, medidas ante la inmigración procedente de países europeos tan severas como exigir cuatro años de cotización para acceder a prestaciones sociales, e informalmente la deportación a quienes no encontraran trabajo en seis meses. Hoy el Gobierno británico ya estudia limitar la permanencia de ciudadanos comunitarios.
La UE ha conseguido un nivel aceptable de integración económica. Con grandes asimetrías que alimentan conflictos ideológicos entre miembros. Sin embargo, una mayoría de ciudadanos desea más coordinación e intervención en ámbitos sociales y políticos (Eurobarómetro de Abril 2016). Vivimos una época de ascenso de los populismos, por lo que el Brexit puede ser, potencialmente, el inicio de la fractura europea; si se quiere evitar, es crucial que el actual impasse, tanto entre la UE y Reino Unido como en la consolidación (democrática) de la UE, no se prolongue demasiado.