
El oxímoron que da título al artículo es una expresión del lenguaje castellano que se usa con frecuencia para hacer hincapié en que determinados silencios son más expresivos que la abundancia de palabras.
No hay día en el que no aparezca en los medios de comunicación el incumplimiento de España con respecto a mantener el déficit público dentro de los límites que el Tratado de Maastricht fijó, el 3% del PIB.
El discurso oficial reitera que se debe hacer bueno aquello de que Pacta sunt servanda, y que, en consecuencia, hay que cumplir. Pero también es cierto que el citado tratado también fijaba un máximo para la deuda pública, el 60% del PIB. Y es justamente aquí donde el silencio es generalizado.
España ya ha rebasado el 100% y sin embargo este hecho pasa desapercibido. ¿Por qué? A mi juicio la razón del silencio estriba en las características de los tenedores de la deuda; los bancos en su mayoría.
Maastricht prohibió que los bancos centrales prestaran a sus gobiernos, como hasta entonces, y con intereses simbólicos, se venía haciendo. En su lugar se obligó a los gobiernos a encauzar la deuda pública a través de la banca privada y con intereses que en algunos casos llegaron al 7%. Con la merma de ingresos fiscales como consecuencias de políticas regresivas y con la necesidad de atender problemas sociales causados por tal política, los gobiernos se han ido entrampando para atender el gasto corriente y algún que otro disparate. Se van unciendo a un yugo que en un momento dado les asfixiará sin remisión.
El que Francia y Alemania hayan incumplido hasta 14 veces sus compromisos de déficit u otros países europeos tengan una deuda aún mayor, no debe servir del consuelo, sino de reflexión para corregir el rumbo. Siempre, eso sí, con el permiso de la banca beneficiaria de la situación. O también con un cambio que suponga poner por delante los intereses de los españoles corrientes y molientes.