
Hay momentos en los que un demócrata no puede estar en el sitio más seguro, ni en el más cómodo. Hace unas semanas, la Asamblea Nacional de Venezuela invitó a Albert Rivera a unas jornadas sobre democracia, derechos humanos y diplomacia parlamentaria. En condiciones normales, un candidato a presidente del Gobierno a menos de cinco semanas para las elecciones generales debía estar haciendo precampaña en España. Sin embargo, en Venezuela no hay precisamente condiciones normales. El presidente Maduro, aludiendo como no a una "conspiración", a una "conjura" y a un supuesto "golpe de Estado", ha decretado el estado de excepción.
Las explicaciones del presidente de Venezuela se pueden calificar de "surrealistas": "Esto nos permite durante los meses de mayo, junio, julio y toda la extensión que vamos a hacer constitucionalmente durante el año 2016 y seguramente el año 2017, recuperar la capacidad productiva del país". Posteriormente el presidente venezolano ha aclarado que los comercios y empresas que cierren, serán "ocupados por el pueblo", y los empresarios enviados a prisión.
Señala alguien tan poco de sospechoso de derechismo como el expresidente uruguayo Mújica que Maduro "está loco como una cabra". Más allá del autoritarismo, el sectarismo o las detenciones políticas, lo peor es que el chavismo parece haber perdido completamente el sentido de la realidad. Si una fábrica no vende cervezas, como las de Polar, no es por sabotear la economía nacional, ni para intentar que algunos líderes chavistas se queden sobrios más tiempo, es porque no tiene divisas para importar. Y eso fundamentalmente se debe al control de las operaciones con el exterior y al desastre monetario. Que esto suceda en unos de los primeros exportadores de petróleo del mundo puede parecer imposible, pero no hay nada imposible para la corrupción y la mala gestión.
Señalaba otra persona poco sospechosa de derechismo como Vladimir Illich Ulianov, Lenin, que la forma más segura de socavar las bases del capitalismo es la corrupción de la moneda. En la actualidad no hay caso más brutal de corrupción de la moneda que el bolívar venezolano. En los años 60, el bolívar venezolano era una de las monedas más fuertes del mundo. Posteriormente, la corrupción a gran escala posibilitó la subida al poder del golpista Hugo Chávez. Ahora, con una gestión de la economía deplorable, la inflación de 2015 alcanzó más del 275% según la estimación del FMI -que prevé que este año alcance el 720%, mientras el ministro venezolano de Economía señala que la inflación no existe en la vida real de los venezolanos?
Lo que soportan los venezolanos es una corrupción sin parangón. Según el índice de Transparencia Internacional, Venezuela se percibe por sus propios habitantes como el país más corrupto de Sudamérica, y por 158 de los 167 analizados. Esta corrupción ha alcanzado de lleno a la moneda, que cada vez menos, lo que conlleva el estrangulamiento del comercio y el hundimiento de la economía. No se sabe qué es más grave, que el Chavismo haya ocupado el Tribunal Supremo o el Banco Central.
Sorprendentemente, los asesores son los mismos. Así, tres miembros de la dirección de Podemos, entre ellos Juan Carlos Monedero, estaban en el Tribunal que doctoró a la Presidenta del Tribunal Supremo de Venezuela. Y el polifácetico Monedero también era asesor en temas monetarios del Banco de Alba, que preside Nicolás Maduro. Con independencia de las importantes retribuciones del banco, 440.000 euros, por un solo informe, y de su "heterodoxa" forma de tributación, sorprende el éxito del asesoramiento de los dirigentes de Podemos: no sólo la economía y la moneda se han derrumbado, sino que la situación de la justicia, los derechos humanos y la criminalidad en Venezuela es simplemente lamentable. Pensemos sencillamente que después de Honduras, la tasa de homicidios en Venezuela es la más alta del continente.
Una situación así no se resuelve con más detenciones políticas, ni movilizando al Ejército, ni ocupando las fábricas de cerveza. Tampoco se resuelve asesorando con soluciones quiméricas, y eso muy bien retribuidas, a un Gobierno como el chavista que ha perdido completamente el sentido de la realidad. De hecho, asusta pensar a dónde nos llevarían estos "asesores", como los de Podemos, con sus socios de Izquierda Unida, en el Gobierno de España. La solución pasa necesariamente por el diálogo, el fin de los presos políticos, el respeto al Parlamento elegido por el pueblo de Venezuela, por la democracia. Y esa democracia pasa porque los venezolanos, y no el Ejército, elijan su Gobierno. Por eso, por el compromiso con la democracia, el líder de mi partido, Albert Rivera, está donde tiene que estar, donde la democracia está en juego, en Venezuela.