Impertérritos, flemáticos y profesionales, los músicos del Titanic siguieron tocando mientras se hundía el barco. Leyenda o verdad, la imagen de la orquesta aparentemente impasible mantiene el mito de la compostura ante la muerte inevitable.
¿Hubiera sido esa su decisión en el caso de haber botes salvavidas para todos? Seguro que no, y desde luego hubieran hecho bien. Los datos reales lo confirman, España es un país sin futuro. Y lo es en la medida en que su juventud no lo tiene, y no se atisba horizonte o perspectivas de cambio.
El mantra del crecimiento como creador de empleo ya ha sido desautorizado por los hechos en cuanto al número de ocupados y al tipo de trabajos producido. El aparato productivo español languidece, decae y se mantiene cada vez más con producto de escaso valor añadido. La corrupción va mucho más allá de los numerosísimos casos que afectan a la política, la empresa, las finanzas, las prácticas administrativas y las más altas magistraturas del Estado. Es la concreción práctica y cotidiana de un sistema de contravalores bastante generalizado.
Por otra parte, el proyecto europeo que representa la actual UE muestra una característica más que inquietante. Espeluznante diría yo. Si como dice Joseph Stiglitz -premio Nobel de Economía- la UE está destruyendo el futuro de España, la disyuntiva para nuestro país es salirse o quedarse hasta el naufragio. Pero si se escoge la salida (para mí necesaria), sin preparación, sin método, sin contar a la población española cuál es el reto y lo que se demanda de la misma y sin tener un proyecto europeo alternativo, el resultado puede ser aún peor.
La indigna chapuza de Tsipras es una lección magistral de lo que no se debe hacer. Y ante esta situación, el Gobierno y los copartícipes del discurso oficial siguen tocando e interpretando una partitura de otras épocas. Ni siquiera constituyen una orquesta, sino más bien una fila de réplicas de Don Tancredo.
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