
El último barómetro del CIS (Estudio 3134) se basa en encuestas realizadas, entre el 1 y el 10 de abril de 2016, a 2.490 españoles mayores de 18 años. Las preguntas son variadas y, sin duda, interesantes, aunque a los medios solo les parecen relevantes las que se refieren a la intención de voto.
Particularmente, lo que más me interesa de estas encuestas no son los datos electorales, sino las contradicciones y falsedades en las que suelen incurrir los encuestados.
Veamos, pregunta 1: ¿cómo calificaría usted la situación económica de España? ¿Muy buena, buena, regular, mala o muy mala? El 68,4% dice que es mala o muy mala y sólo el 3% la califica de buena o muy buena. Sin embargo, cuando se les pregunta sobre su situación económica personal, sólo el 19,2% la considera mala o muy mala, mientras que el 32,2% la considera buena o muy buena.
Dicho en otras palabras: el 80,8% de los encuestados declara que su situación personal está lejos de ser mala, pero contemplando con "objetividad" al resto de los españoles, el 68,4% de los encuestados asegura que la situación económica de los demás es mala (o muy mala).
¿Cómo es posible tamaña contradicción? Los españoles deben pensar lo mismo que aquel personaje (creado por Jean Paul Sartre en A puerta cerrada) que aseguraba que "el infierno son los demás". Cuando se les pregunta cómo se sienten (felices o infelices, en una escala de 0 a 10), un 73% se considera notablemente feliz (con 7, 8, 9 y 10 en felicidad). Y uno se pregunta: ¿cómo es posible que exista una población que se sienta tan feliz dentro de una economía cuya situación, según piensan, es mala o muy mala?
Hay dos posibles respuestas a esta pregunta: 1) los españoles consideran que, en efecto, el dinero no da la felicidad; o 2) somos una sociedad de impostores y de llorones, dentro de un país donde, según esta encuesta, ya no hay analfabetos y casi un tercio (el 32,2%) tiene títulos académicos superiores.