Firmas

Sobre la ética y la secta

Libertad es poder discrepar sin miedo a represalias. Es un enunciado tan evidente que defenderlo resulta obvio. Pero en estos tiempos que corren es necesario recordarlo. Hace unos días en el Parlamento Europeo apareció un personaje que, invitado por un grupo político, que se define como demócrata ¡y progresista!, (los responsables-irresponsables de IU y de Podemos -Bildu viene de donde viene-), afirmó ante el aplauso de sus anfitriones que los asesinos, extorsionadores y secuestradores (de los que fue parte) eran o "presos políticos" o "exiliados".

Me ha producido siempre un infinito asco, una radical repugnancia, esos izquierdistas de salón, guerrilleros de pandereta que superan y subliman sus frustraciones ideológicas apoyando "procesos" en lejanos territorios requiriendo de los locales sufrimientos y falta de libertades y garantías mínimas, que desde luego no admitirían en sus ilustrísimas personas.

Es lo que no denomino "luchar contra el imperialismo hasta el último vietnamita (ayer), cubano y venezolano (hoy)". El liberticidio no tiene apellidos. Es un crimen sea en nombre de la "revolución socialista" o de la "nazi-fascista". Ciertamente, porque entre Stalin y Hitler no había diferencias. O porque, asimismo, entre Castro y Pinochet la única que existió es que éste permitió un proceso electoral del que salió derrotado (desde luego para su sorpresa) y Castro ni se lo plantea (ya advirtió a los sandinistas que no entraran por tan democrático camino).

Todos, también Otegi, tienen derecho a una nueva vida, tras pagar sus deudas. Pero desde el arrepentimiento de sus crímenes y la condena de los de sus compinches. Porque, como clamó en un grito estremecedor la eurodiputada Soledad Becerril, "mi hermano asesinado no iba a ninguna guerra". Lo mataron los presos políticos. Gudaris de mierda únicamente valientes para asesinar a un concejal y a su esposa por la espalda en las calles de Sevilla.

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