
Cuando Barack Obama aterrizó en el Reino Unido insistió en decir a los británicos, en términos amables pero contundentes, que abandonar la Unión Europea sería una locura. Sin embargo, cuando voló a Alemania para encontrarse con Angela Merkel, eludió la oportunidad de transmitir un mensaje igual de polémico y rotundo: que el país debe aflojar las garras de Grecia y reestructurar su deuda.
Mientras Grecia vuelve a regatear sobre su deuda opresiva e insostenible otra vez, la troika formada por el BCE, la Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional ya se ha puesto a discutir sobre los términos del acuerdo. Parece que Alemania insistirá en continuar con la misma política vetusta y fracasada de más austeridad todavía, más subidas de impuestos y una recesión aun más profunda. Si el FMI amenazara con marcharse de las conversaciones, existe la posibilidad de que pudiese hacerle cambiar de opinión. Al fin y al cabo, EE.UU., es el principal accionista del Fondo. Si insistiera en un cambio político en Grecia, podría hacerlo realidad y estaría haciendo un favor a Europa y, por extensión, al mundo.
Solo con mencionar la reestructuración de la deuda griega a la mayoría se le ponen los ojos en blanco. Es difícil resistir la tentación de hacer algo más interesante como ver secar pintura o releer un discurso de Jeb Bush en campaña. El drama griego lleva coleando seis años y no parece que estemos llegando a la solución, ahora mucho más necesaria que cuando empezó a hundirse su economía.
Grecia necesita encontrar 5.000 millones de euros para pagar su deuda en junio y otros 5.000 millones en julio, solo para cumplir con las amortizaciones de su deuda actual. En total son 10.000 millones de euros (casi el 20% de lo que recauda en impuestos sobre la renta al año) que el país no tiene. Ya se ha empezado a hablar de otro rescate, y las famosas divisiones han hecho su aparición. El FMI insinúa cierta clase de reestructuración de la deuda. Los alemanes lo descartan. Los griegos discuten con ambos a la vez, entre filtraciones de que el Fondo estaría forzando un "suceso crediticio" -la expresión educada para referirse a la quiebra- para seguir adelante. Mientras tanto, el resto del mundo observa con una mezcla de perplejidad y desconcierto ante el hecho de que un país que representa un porcentaje evanescente del PIB mundial cause tanta turbulencia.
Entre las discusiones, una cosa debe quedar meridianamente clara. Las políticas actuales son el conjunto de medidas económicas que más estrepitosamente ha fracasado jamás. Media década después del primer rescate, la economía ha encogido un 27% y se acerca a la Gran Depresión estadounidense (que, por cierto, había rebotado con bastante fuerza seis años después, al contrario que Grecia). El total de parados supera el 25% de la mano de obra y no presenta signos de mejorar. La economía encogió otro 0,6% el último trimestre, mientras que el índice deuda/PIB ha subido por encima del 180%. Se encuentra en un estado deplorable y no hace más que empeorar.
Y lo que está en oferta es más de lo mismo. Fijémonos, si no, en las últimas propuestas presupuestarias. En 2015 el país logró un excedente primario del 0,7% del PIB, ligeramente superior al objetivo fijado por la troika, pero va encaminado a alcanzar un superávit del 3,5% del PIB en 2018. En 2016, la troika insiste en otra ronda de subidas fiscales sancionadoras. ¿Por ejemplo? El impuesto sobre el valor añadido, que se paga en todas las operaciones, pasaría del 23% al 24%, podría establecerse un gravamen al uso de Internet y los umbrales tributarios se reducirían, lo que en efecto se traduciría en un aumento del impuesto sobre la renta.
Qué disparate. Con el 24% Grecia tendría el tercer IVA más alto de toda la Unión Europea, solo por detrás de Hungría (27%) y Dinamarca (25%), pero Dinamarca es muy rica y Hungría tiene un impuesto fijo de la renta y las empresas de solo el 16% (por lo que, aunque los impuestos sobre lo que compramos sean bastante altos, la tasa impositiva sobre los ingresos es bastante baja). Grecia tiene unos impuestos sobre la renta elevados (el 42% para unos ingresos relativamente modestos de 42.000 euros) y también unos impuestos altos al consumo. Un impuesto a Internet sería una de las peores ideas posibles en un país desesperado por modernizar su economía y crear más empleo para la gente joven, ante un índice de paro juvenil que sobrepasa el 50%. Subir los impuestos sobre la renta reduciendo los umbrales solo conseguiría sumir a más personas en la pobreza. No importa mucho que se esté a la izquierda o a la derecha en el espectro político, o que se defienda o se ataque la austeridad y el "gran gobierno"; imponer subidas pronunciadas de impuestos e insistir en un gran excedente presupuestario a un país sumido en una recesión profunda es una locura.
Basta con un par de neuronas para averiguar lo que hace falta. Grecia necesita una reestructuración exhaustiva de sus deudas. Además, precisa fondos nuevos para inflar la economía. Tendría que recortar los impuestos en vez de subirlos y crear zonas libres de impuestos para atraer más inversión. El gobierno tendría que aumentar su gasto, no reducirlo, y los umbrales de impuestos deberían crecer, no menguar, para que la gente tenga más dinero que gastar. Con un impulso de la demanda, la economía podría empezar a crecer por fin.
El problema es la intransigencia alemana. El único país que puede hacerle frente es Estados Unidos. Si le dijera al FMI que abandonara y se negara a apoyar más austeridad, podría crear la oportunidad de un cambio real. Barack Obama se encuentra en esa fase de la presidencia de concentración primaria en su legado. Hay muchos problemas en el mundo para escoger, pero romper con el estancamiento griego sería un logro del que podría estar orgulloso.