
A hora que tanto se celebra el cuatrocientos aniversario de la muerte de Cervantes, yo creo que conviene decir cuatro verdades del barquero. Según una encuesta del CIS (julio de 2015, 2.500 entrevistas, tamaño más que suficiente para asegurar la representatividad de la muestra) sólo el 6,5 por ciento de los encuestados han leído El Quijote completo y por gusto, y sólo el 16,6 por ciento sabe el nombre real del protagonista (Alonso Quijano). Y el real de Dulcinea (Aldonza Lorenzo) alcanza a decirlo un corto 9,6 por ciento.
El 51,3 por ciento de los entrevistados cree que esta novela es un libro difícil, y así es. En su tiempo, El Quijote era fácil de leer, pero hoy no. La prueba de ello es que las ediciones que se vienen publicando últimamente tienen una enorme cantidad de notas aclaratorias, y sin ellas pocos la entenderían cabalmente. Para que hoy la obra llegue al público es preciso "traducirla".
¿O es que los griegos pueden entender La Odisea en su texto original? Hacerlo inteligible es lo que ha hecho Andrés Trapiello en su nuevo Quijote, con un esfuerzo notable cuyo resultado recomiendo tener en casa. En cualquier caso, lo más chocante de la encuesta es que el 51 por ciento de los que no lo han leído considera que es un libro "aburrido" (¿cómo se puede opinar que un libro es aburrido sin haberlo leído? La ignorancia es muy atrevida).
Pero no es de extrañar, porque el "ambiente" social español respecto a la lectura es, en verdad, deprimente. En efecto, al 32 por ciento no le gusta ni le interesa leer. Pese a la notabilísima ignorancia de los españoles acerca de la más famosa obra cervantina, que pasa, además, por ser la primera y más notable de todas las novelas modernas, preguntados sobre la conveniencia de su lectura obligatoria, el 35,4 por ciento reclama esa obligatoriedad de la lectura de El Quijote en la etapa escolar y/o universitaria. Que traducido viene a ser: "que sea lea, sí, pero yo no pienso hacerlo".