César Alierta ha sido un gran presidente en Telefónica. Hábil, astuto, con una gran visión y eficaz. Directivo y "político" capaz de manejarse en diferentes entornos gubernamentales, con un consejo de administración plural en el que incluyó diferentes sensibilidades. Después de 16 años ha transformado a Telefónica en la multinacional española de las comunicaciones.
Al inicio de sus 70 tiene ganado el descanso y agradecimiento de la familia Telefónica: accionistas, empleados, directivos, proveedores, clientes y españoles en general. Sin embargo, me atrevo a darle un consejo.
Leo que se queda como miembro del consejo de administración; es excelente que se ponga a disposición del nuevo presidente, Álvarez-Pallete, para asesorarle en aquello que éste haya de menester; actitud que le honra. Pero aconsejaría que lo haga fuera de la estructura de la compañía. Cuando los ex, se quedan de alguna manera las relaciones con sus sucesores suelen ser la historia de un conflicto anunciado.
Eso ocurre incluso cuando solo se nombra al saliente presidente de honor. La última confirmación empírica de este fenómeno es la relación entre José María Aznar y Mariano Rajoy coetáneos de don César; puesta de manifiesto incluso en un seminario reciente en el que ambos fueron ponentes.
El presidente de honor del PP pedía "nuevos liderazgos" ante los "nuevos desafíos" con su sucesor presente en la sala. Y es que la historia enseña mucho. En las monarquías la sucesión suele hacerse cuando el anterior muere. Si hay abdicaciones, el abdicado se retira a su vida privada y no interfiere en la función de la institución. Ejemplos recientes los hemos vivido.
Los ingleses, sabios en estos temas, lo aprendieron cuando Eduardo VIII abdicó. Al principio tuvo algunos cargos, pero luego se retiró a Francia para no crear problemas a Jorge VI y luego a Isabel II. La discreción de don Juan Carlos I es el mejor favor a Felipe VI y a la institución monárquica.
