
El ínclito columnista de Financial Times Martin Wolf afirma que ante la posibilidad de otra recesión mundial sólo contempla una solución viable; insólita y nada convencional, pero, a su modo de ver, efectiva. Tal es una emisión permanente de dinero que, con el objetivo de incentivar la demanda y adquisición de bienes y servicios, se ingrese directamente en las cuentas corrientes de las personas.
Añade después que ese dinero debería tener formato electrónico pues, de ese modo, serviría por igual a bancos y ciudadanos ya que, de entregarse directa e individualmente dinero físico, estos podrían decidir guardar los billetes bajo el colchón o invertirlo en oro, lo que no incrementaría la demanda. Además de ser un argumento falaz en el caso de la inversión, en oro o lo que sea, que sí es demanda, resulta cuando menos curioso que Mr. Wolf no se pregunte por qué será que puedan comportarse así.
Esta antigua idea de dispersar dinero entre los agentes de una economía no proviene, como suele creerse, de "helicóptero" Bernanke, ni siquiera de Milton Friedman. La frase 'supongamos ahora que todo el dinero que hay en Inglaterra se cuadruplicara en una noche' fue escrita a mediados del siglo XVIII por David Hume, quien la utilizó como argumento para analizar tanto sus benéficos y efímeros efectos a corto plazo sobre la actividad, el comercio y el empleo, como sus muy perjudiciales y perdurables efectos a medio y largo plazo; cosa que ya había expuesto y explicado antes Richard Cantillon. Tras ocho años de empecinamiento (varias décadas en el caso de Japón) creo que hemos sobrepasado largamente el tiempo de los efectos dañinos.
Para llegar a tamaño disparate, Wolf desecha antes varias alternativas. La primera es no hacer nada y dejar que la propia crisis se encargue de eliminar las inversiones, decisiones y proyectos más dañinos por erróneos, absurdos, innecesarios o ineficientes. Sin duda eso perjudica a muchas personas y empresas y deja tocadas a las economías, razón que aduce para rechazarla. Pero, en buena medida, se quiera o no, eso ya lo hemos pasado y sufrido porque, más o menos violentamente, con ciertas redes de seguridad o medios públicos para paliarlo, esa parte es inevitable.
Puede que injusta, pues quienes perjudicaron y distorsionaron el conjunto de información, hundieron el crédito y destruyeron las expectativas fueron, precisamente, las autoridades, que suelen ponerse al frente del rescate y no asumen sus responsabilidades: mucho antes de 2007, y después, las políticas de gasto y monetarias expansivas, laxas e irresponsables produjeron tales resultados.
Pero es evidente, tautológico, para quien no sólo cree conocer los niveles adecuados o necesarios, sino que también puede manipular y estipular el consumo y gasto de la gente, incluso que afirma que es la falta de gasto el problema de la economía, cuando las cifras indican que el gasto -privado o público- se disparó de forma excesiva y errónea, que la peor, más insensata y absurda opción es no hacer nada. Y puestos a hacer, elevar los objetivos de inflación le parece bien a Wolf, obviando todos los estudios de los últimos dos siglos al respecto, pero lo considera ilusorio cuando ni siquiera se alcanza el 2% con la batería de medidas y acciones en marcha (Fed, BCE o Banco de Inglaterra).
El incremento de estímulos combinados (presupuestarios y monetarios), aparte de ser el causante de nuestros problemas desde mediados de los noventa, lo que se ignora se desecha, porque Japón (¿qué hay de otras economías?) puede ser un contraejemplo. En esa batería de medidas están los actuales tipos de interés negativos, sin imponer tasas negativas a los depositantes, pero Mr. Wolf no dice cómo, y termina argumentando que resulta un instrumento menos potente y de menor efectividad que otros, aunque siempre se puede penalizar con un impuesto las retiradas de efectivo de los bancos o prohibir el uso de efectivo. Eso recuerda la famosa propuesta de Keynes de imponer costes a la tenencia de efectivo que toma de Silvio Gesell. Nada dice Wolf de los costes que imponen los bancos centrales a los sistemas financieros mediante la exigencia simultánea de mayores ratios de capitalización y solvencia y la retribución negativa sus depósitos.
Por todo ello, propone la referida solución de darle dinero a la gente para gastarlo. Lástima que esa propuesta, sin la segunda parte pues cada cual sabrá qué hacer con lo suyo, no consista en devolver el dinero y rentas que ya son de la gente y que se sustraen a través de los impuestos, reduciendo al máximo estos y reduciendo equivalentemente el gasto público para evitar poner en riesgo la moneda y la economía. Si la gente no gasta es porque está reajustando y adecuando sus balances, pagando sus deudas y obligaciones (algo que no hacen muchos Gobiernos, incluidos los autonómicos) y buscando oportunidades eficientes, lo que, cuando abundan el dinero y los estímulos artificiales, no se considera.