Firmas

Tropezando en la misma piedra

  • Que el BCE siga dando liquidez al sistema no parece lo más acertado
  • Lo que nos queda es un 'QE' dirigido a consumo mediante rentas y créditos

Desde mediados del 2015, el Banco Central Europeo y sus homólogos de Suiza, Dinamarca y Suecia están aplicando tasas de interés negativas, es decir, cobrando al sector bancario por los saldos en exceso que están obligados a mantener para cumplir con las exigencias de reservas y liquidez interbancaria. La política monetaria expansiva, los llamados QE, han inyectado un exceso de liquidez vía bancos que una economía anoréxica es incapaz de digerir. Los intereses negativos constituyen el último rejón para espolear a los bancos a transmitir esa liquidez mediante una expansión crediticia que estimule la demanda.

Continuar suministrando liquidez a razón de 60.000 millones al mes por parte del Banco Central Europeo a un sistema financiero empantanado, ignorando un entorno general de bajos salarios y precariedad laboral que se traduce en una extrema debilidad del consumo y la consiguiente caída de la inversión, no parece muy acertado. Primariamente sólo ha servido para alimentar valoraciones especulativas en renta variable y una creciente demanda de bonos soberanos y corporativos como único puerto seguro en estos tiempos inciertos. Demanda que se ha visto reforzada por las propias necesidades del Banco Central Europeo y su política de expansión monetaria que tiene como meta incrementar su pasivo por un total 1.100 billones hasta septiembre, lo que le obliga a consolidar una contrapartida de activos en renta fija que presionan a su vez los precios al alza y rentabilidades a la baja, conformando una curva plana de interés que amenaza la viabilidad del modelo de negocio de la banca europea que tanto ha costado rescatar al contribuyente.

Vistos los resultados surge la pregunta: ¿qué sentido tiene pretender estimular la demanda y, por ende la inversión, por el tejado del sector bancario, cuando los cimientos de la demanda y, por lo tanto, de la buena marcha de la economía dependen del consumo? A un sector bancario convaleciente de un largo periodo en la UCI se le pide simultáneamente que sanee su cartera de créditos y al mismo tiempo que retome su función como multiplicador de la masa monetaria otorgando créditos en un entorno económico de alto riesgo. La conclusión inevitable es que continuamos intentando construir la casa por el tejado. Se han malbaratado miles de billones de euros en un esfuerzo baldío; una liquidez que podía haber sido empleada en fomentar el consumo mediante una bajada selectiva de impuestos a los sectores mas propensos al consumo y la adopción de una renta de inserción que favorezca y permita sobrevivir a un sector de la población que, seamos francos, nunca volverá a encontrar empleo. La crisis financiera se ha desatado en un momento histórico de profundo cambio: un proceso de globalización que ha repercutido especialmente en el sector trabajo al externalizar la producción a países con salarios de supervivencia, y una creciente informatización de la economía que permite reducir drásticamente la mano de obra, unida ahora a una imparable y creciente robotización que incluso amenaza al sector servicios. La tasa de interés negativa en la que estamos ahora abocados constituye el último clavo en el ataúd de una política equivocada de austeridad vía salarios que impide que la economía, como Lázaro, se levante y ande. La actual coyuntura económica nos encierra entre dos límites inescapables. No podemos reactivar la economía vía exportaciones extracomunitarias cuando nuestros tradicionales mercados, China y los países productores de materias primas, están en recesión, ni tampoco vía salarios cuando China está experimentando una sangría de difícil contención de sus reservas que conlleva una devaluación de su moneda y, como segunda derivada, una destructiva exportación de su deflación que afectará muy especialmente a la competitividad de los países desarrollados.

En las presentes circunstancias la única medida que nos queda, la única medida que parece acertada, es adoptar la que en su día propuso Milton Friedman, bautizada llamativamente como Helicopter money. Una nueva ronda de expansión monetaria o QE por parte del BCE, pero esta vez dirigida directamente -sin intermediación bancaria- al consumidor mediante un mix de créditos y/o rentas de inserción con un destino netamente finalista; es decir, solo utilizable para la compra de determinados productos, en sectores productivos de la UE cuidadosamente escogidos en función de su capacidad para generar crecimiento de la demanda interna e intentar desencadenar un proceso de autoalimentación que reactive a la economía en su conjunto. Esta vez, ¡por el amor de Dios!, en sectores con capacidad de crecimiento sostenido y de crear mercados innovadores. Si en vez de alimentar una burbuja improductiva y destructiva como la inmobiliaria se hubieran aprovechado los chorros de liquidez en industrias de futuro, otro gallo cantaría. No se trata de dar créditos a las empresas, sino de crear una demanda inducida que cree empresas. Es siempre la demanda, el consumidor, quien depura y crea empresas robustas, no las subvenciones de un Estado siempre mediatizado por la conjunción de la política y el Ibex. Demos a cada ciudadano la capacidad de ser él quien impulse a la industria otorgándole a su vez subvenciones a su consumo para que sea su demanda la que fomente la innovación y un tejido productivo sólido con capacidad de traspasar fronteras. Una idea que ya se ha aplicado con éxito en el sector del automóvil con el Plan Renove, y que merece ampliarse a otros sectores claves de nuestro tejido productivo. No hay otra salida de esta espiral deflacionaria en la que estamos sumidos. Tropezar no es malo; encariñarse con la piedra sí que lo es. La expansión monetaria como hasta ahora se ha venido implementando ha dejado de tener sentido.

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