
El 8 de febrero se inicia el año del mono, un animal ágil y astuto que puede sorprenderte no siempre agradablemente. El año 4713 del calendario chino se presenta repleto de acontecimientos que ofrecerán al régimen de Pekín la oportunidad de despejar algunas incertidumbres que planean sobre la segunda economía mundial. Los últimos informes del BM y el FMI (publicados el 6 y 19 de enero) confirmaron una desaceleración económica que impacta negativamente en el resto del mundo. Pekín intentará tranquilizar a los mercados demostrando que gestiona y realiza con eficacia las reformas necesarias para reequilibrar un modelo de desarrollo que devino económica y socialmente insostenible.
La Asamblea Nacional Popular ratificará en marzo el 13º Plan Quinquenal 2016-2020, adoptado el pasado noviembre, por el 5º plenario del 18º Comité Central del Partido Comunista Chino (PCC). El nuevo Plan es el libro de ruta que marca los objetivos y las prioridades económicas y sociales para mejorar la calidad del crecimiento chino. Se fija en un 6,5% anual para los próximos cinco años y ambiciona alcanzar los 15.000 $ de renta per cápita en 2021, año del centenario de la fundación del PCC. China está en un proceso de transición desde un modelo de desarrollo basado en la inversión y en un sector manufacturero exportador a otro que prime la innovación, el sector servicios y el consumo interior.
Los interrogantes proseguirán mientras Pekín no concrete y acelere las reformas estructurales pendientes. En 2013, Xi Jinping anunció en el 3º plenario del Comité Central del PCC que "las fuerzas del mercado" jugarían un papel decisivo en la asignación de recursos al sistema económico. En 2014, el 4ª plenario se comprometió a avanzar hacia un Estado de Derecho con características chinas. Los inversores extranjeros exigen más seguridad jurídica y transparencia. Pero en dos años y medio se avanzó poco. La economía sigue encorsetada por una planificación estatal que favorece al sector público y unos conglomerados empresariales poco productivos y muy endeudados que frenan las potencialidades de un sector privado más emprendedor e innovador. Un modus operandi que no concuerda con los principios de una "economía de mercado". Un status que Pekín reclama que la UE le reconozca en 2016.
Pero cabe preguntarse, desde una óptica occidental, si China es realmente un Estado de Derecho y una economía de mercado. Son dos elementos básicos para avanzar hacia la modernización política y económica del país. Pero será difícil que el Régimen avance hacia una mayor apertura mientras el PCC ejerza sin contrapesos políticos como un árbitro privilegiado que legisla, aplica e interpreta las demás reglas de juego a su conveniencia.
Las empresas extranjeras se quejan que "doing business" en China sigue siendo complicado. Pero continuarán invirtiendo y operando "in situ" para aprovechar la colosal dimensión del mercado interior de un país con una población de 1.380 millones. China mantendrá un apreciable nivel de desarrollo durante la próxima década. Cabe destacar que un crecimiento del 6.9% en 2015 es superior a los crecimientos de dos dígitos de hace unos pocos años en la medida que se sustenta en un PIB cada vez más alto. Además, el crecimiento varía en función de las regiones, las ciudades y los sectores de actividad. Mientras las tres provincias del noreste sufren duramente la reconversión de la industria pesada, en las provincias costeras se dispara el sector servicios, la innovación y la producción de más valor añadido. Y las regiones del centro y oeste siguen creciendo muy por encima de la media estatal atrayendo nuevas inversiones industriales y en infraestructuras. Las debilidades del modelo chino se constatan en la fragilidad y la opacidad del sistema financiero. Las crisis de las bolsas de Shanghái y Shenzhen, que en enero cayeron otros 22,65% y 25,64%, minan la confianza internacional. Pekín se comprometió a liberalizar gradualmente los mercados de capitales pero tuvo que intervenir directamente para frenar la continuada fuga de capitales al exterior. Utilizó sus cuantiosas reservas de divisas que cayeron hasta los 3,3 billones $, tras reducirse unos 512.000 millones en 2015. Y sigue tutelando la cotización del yuan, aún no convertible, tras depreciarse más del 5% frente al dólar desde agosto de 2015.
Todo ello ocurre, precisamente, a las vísperas de que el yuan entre a formar parte, a partir del próximo 1 de octubre, del selecto grupo de monedas de reserva que componen los Derechos Especiales de Giro (DEG) del FMI. Una decisión también política para evitar que Pekín actué por su cuenta. La creación del Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras liderado por China fue un claro aviso a Washington.
En 2016, el presidente Xi Jinping intentará demostrar que sabe manejar las riendas de las reformas. Tiene una cita importante en septiembre en Hangzhou, donde presidirá la próxima reunión del G20.