Firmas

Exportación y riesgo de divisa

  • Existen métodos para paliar el efecto derivado del tipo de cambio

Si bien es cierto que el planeta se nos ha vuelto cada vez más pequeño a medida que se han ido desarrollando las tecnologías de la información y los medios de transporte, no lo es menos que todavía sigue presentando múltiples desafíos y riesgos para los negocios que miran a los mercados exteriores. En principio, la promesa de ampliar las ventas y elevar los ingresos constituye la principal motivación para cualquier organización a la hora de planear salir de su mercado de origen.

Pero los obstáculos están ahí, describiendo una especie de escala de dificultad creciente a medida que nos vamos alejando de nuestro círculo de confort, que por regla general, y sin menoscabo de los inconvenientes y trabas que genera la propia hiperlegislación, y también su fragmentación, está representado por el mercado local. Probablemente, el hecho de que todavía el peso de las exportaciones a Europa represente más de la mitad de las ventas al exterior tiene que ver con esta percepción de las dificultades de que hablamos. Es cierto que el Viejo Continente, en materia lingüística, constituye una auténtica Babel, pero, por el contrario, tiene como alicientes una fácil accesibilidad por vías terrestres, aéreas y marítimas, y por lo que respecta a la zona que compartimos el euro (en total, 19 países), una zona de estabilidad monetaria a salvo de los embates de los mercados de divisas, amén de una homologación de los estándares que afectan a la calidad y seguridad de los productos. Operar en la misma moneda ha supuesto un ahorro sustancial de los costes de transacción para las empresas, ha reducido sus costes financieros y ha introducido una enorme previsibilidad en su planificación presupuestaria.

En cambio, abandonar el propio país y, para una empresa española, la zona euro, ya representa algunas dificultades añadidas. La primera, en función del mercado elegido, es el idioma. Y tras él emergen muchos más, en algunos casos derivados de la regulación local, de la inestabilidad política, de la inseguridad personal o, en el plano financiero, del mayor o menor nivel de restricción al movimiento de capitales.

Incluso podríamos encontrar países en los que este tipo de riesgos estuviesen prácticamente descartados, pero siempre nos encontraríamos con el riesgo de divisa, ese extraño fenómeno por el que, sin que sea necesario que la empresa haga algo diferente a lo que sabe hacer bien, las ganancias pueden multiplicarse o, lo que es peor, verse volatilizadas, conduciendo a pérdidas lo que se presumía como un magnífico negocio. Sin ir más lejos, la moneda común se ha depreciado en los últimos dos años un 20% con respecto al dólar, e idéntica senda han tomado la mayor parte de las monedas de países emergentes en igual periodo.

Si en principio se trata de una buena noticia para el sector exterior de todos ellos, al ver reforzada la competitividad de sus productos en los mercados de exportación, no lo es tanto para las empresas que tienen que adquirir sus provisiones o sus equipos en terceros países, que se enfrentan a la tesitura de hacer el cambio a otra divisa desde una moneda depreciada. A este respecto, hay que decir que en la actual coyuntura, el protagonismo adquirido por los Bancos Centrales Nacionales, muy activos en materia de política monetaria, no hace augurar que los mercados recobren la calma y la previsibilidad.

Algunas empresas, bien dotadas de músculo financiero, han tratado de escapar del efecto divisa instalándose directamente, con plantas de fabricación propias, en áreas cercanas a sus clientes. Pero ni se trata de una opción abierta a todas las empresas, ni en la mayor parte de los casos constituye la primera opción cuando se mira a los mercados exteriores. Incluso en estos casos, en algún momento las empresas necesitan repatriar sus beneficios, lo que requiere de cualquier manera una conversión de la moneda local a euros.

A pesar de todos estos desafíos que se ciernen para las empresas que aspiran a vender en el exterior, la buena noticia, capaz de movilizar por sí sola su acción hacia el exterior, es que el mundo está lleno de buenas oportunidades para hacer negocios y que los ciclos de crecimiento, por fortuna, ni describen el mismo comportamiento ni coinciden en intensidad, tiempo y espacio. Y esa asimetría, a la postre, supone una forma de diversificación del riesgo para las empresas con presencia en múltiples mercados y la mejor garantía para mantener su crecimiento.

En cuanto al riesgo de divisa, no existen recetas mágicas. Hay que aprender a convivir con este imponderable y adoptar estrategias que, si bien no pueden neutralizar del todo su efecto, al menos sí que permiten introducir previsibilidad en la planificación de las operaciones y en el retorno de las inversiones. Y esa certidumbre se puede lograr con herramientas transparentes, sencillas y asequibles que garanticen un precio cierto de convertibilidad de la moneda a lo largo de un determinado periodo y cubran el margen previsto. Al final, el secreto del éxito de una empresa en el exterior no está en sacar partido de los mercados financieros -si su apuesta es ésta, a la larga o a la corta, terminará sufriendo las consecuencias-, sino en blindarse ante ellos en la medida de lo posible, y centrar todo su esfuerzo en fabricar muy bien sus productos para que éstos sean elegidos por los clientes.

WhatsAppFacebookFacebookTwitterTwitterLinkedinLinkedinBeloudBeloudBluesky