
Tal como se esperaba, aunque con meses -años- de retraso, la Reserva Federal ha emprendido un proceso de restricciones de liquidez, afectando así al dólar y previsiblemente, salvo que su demanda caiga mucho, a su valor o poder adquisitivo que aumentará, repercutiendo también en todos aquellos activos o instrumentos financieros titulados en dólares.
Las economías occidentales han mostrado cierta tibieza y lentitud en su salida de la crisis, que -de forma más o menos velada- ha persistido más de lo que las estadísticas oficiales establecen: en Estados Unidos tal salida quedó estipulada en 2009, y no.
No es cierto que, pese a su mayor flexibilidad, competitividad y productividad (total y particular) de los factores, si comparamos con Europa, los problemas de la economía norteamericana se hayan resuelto bien o del todo. Mantiene serios problemas de cuentas públicas (déficit y deuda) y mayores rigideces para la creación de empleo que antes de la crisis, con resistencias en el desempleo juvenil (menores de 25 años). Y eso que su envidiable tasa de paro es apenas del 5 por ciento.
Las inundaciones de liquidez por doquier en todos estos años no han tenido el efecto que muchos esperaban, considerando su plétora y larga duración. Evidentemente, han terminado animando la actividad y el empleo pero se muestran altamente perjudiciales a largo plazo y aún están por venir sus efectos más perniciosos, especialmente cuando se desate de nuevo la burbuja (ignoro su fuerza, amplitud y período). Fueron necesarias al principio, en 2008 y 2009, cuando la confianza, la credibilidad, las expectativas y las previsiones se hundieron totalmente. En la eurozona volvió a producirse una situación similar -no tan enérgica- entre 2010 y 2012, cuando Grecia puso en aviso a los inversores internacionales sobre otras economías del euro: fue la crisis de deuda soberana, pero que tuvo buena parte de su germen en las facilidades de liquidez otorgadas desde 2008 y que evitaron a los Gobiernos adoptar reformas y cambios institucionales en sus economías, para dotarlas de más libertad: el argumento erróneo es que las normas han sido escasas y la legislación timorata; no ineficiente y excesiva.
Los efectos que las autoridades buscaban con dicha política apenas tenían ya empuje o impacto, mientras que sus resultados perniciosos y las distorsiones que impone se han ido agravando sobremanera a uno y otro lado del Atlántico (en Japón aún las padecen). Y ¿ahora qué? En realidad, la Fed lleva un tiempo retirando de forma progresiva y paulatina -con habilidad e inteligencia- los estímulos monetarios, de modo que hasta el pasado 16 de diciembre su política no había empezado a ser plenamente contractiva (otra cosa es cómo anticipaban los mercados financieros tales movimientos). Y se espera que las subidas de tipos, de nuevo con destreza, sean también graduales y pequeñas, evitando repuntes agudos. Claro que todo es relativo pues, tras años de tipos a cero, la subida de un punto porcentual en un año puede interpretarse por los mercados... ¡vaya usted a saber cómo!
El dólar, ceteris paribus, elevará su poder adquisitivo y se revaluará respecto del resto de monedas, dentro de que ya es la moneda mundial por excelencia (demanda alta). Los activos nominados en dólares ya emitidos deberán devolverse a un dólar más caro y además su valor en el mercado caerá, por lo que quienes tengan deuda en esa moneda pueden salir perjudicados. Pero los que se endeuden de nuevas en dólares (por ejemplo, el Gobierno USA) no saldrán mal parados: podrán comprar más bienes y servicios con tal financiación, sobre todo fuera.
Sin duda la inflación se elevará algo e incluso puede fomentar la propagación de un período inflacionista fuerte, pero ello dependerá de otros muchos factores (productividad, cambios tecnológicos, evolución de precios y costes -energía incluida- etc.). La afección al comercio (tipos de cambio) es más dudosa, pues beneficia en unos casos y perjudica (por ejemplo las adquisiciones de crudo en dólares) en otros, elevando los precios de nuestras importaciones que son imprescindibles para nuestro aparato productivo y nuestra propia actividad.
Y será determinante el diferencial de tipos que pueda establecerse: al alza en EEUU. y a la baja en países que mantienen QE, como la eurozona. Si tal disparidad es suficientemente grande y duradera y no se hace nada para revertirla (elevar tipos aquí), que se terminará haciendo sin remedio, aumentará relativamente las rentabilidades de las inversiones en EEUU atrayendo capitales de todo el mundo y mejorando su economía, producción y ocupación, y puede que animando el proceso inflacionista señalado, aunque esto dependerá de los cambios en su sistema productivo.