
Volverá a sumir a las economías en la deflación, desencadenará el caos político en países cuyos ingresos dependen de él y deprimirá la demanda cuando esas economías se encojan. Según cómo han reaccionado las bolsas y muchos expertos a la última bajada del mercado del petróleo, podríamos pensar que el tambaleo del precio de la materia negra amenaza a la estabilidad de la economía global. Pero es una bobada.
En realidad, hay tres motivos por los que debemos celebrar el hundimiento del precio del petróleo: es un recorte fiscal para las áreas de la economía global que más estímulo necesitan. Los Estados dependientes del petróleo suelen ser muy antipáticos y necesitan reformarse, y es una señal de que cada vez usamos menos energías muy contaminantes. Sin duda, habrá trastornos a corto plazo pero, en conjunto, un petróleo más barato es una noticia estupenda. Diez dólares el barril o incluso cinco... ¡Que venga ya! Cuanto antes el petróleo sea más barato que el agua mineral, mejor.
Para una organización que antaño tenía al mundo de rehén, la OPEP ahora parece en sus últimos espasmos antes del derrumbe. Con el precio bajo importantes presiones y el excedente global creciendo sin parar, sus miembros no han conseguido acordar ningún recorte importante de la producción este fin de semana. Y así no hay quien dirija un cártel. Si no se pueden dictar los términos al mercado, el mercado le dicta los términos a uno. Y es indudable que el consumidor ya es el rey.
Las cuatro décadas de dominio de la OPEP que empezaron a principios de los setenta ya son historia. ¿El resultado? El petróleo será más barato durante más tiempo de lo que sería normal. Es lo que ocurre cuando los cárteles se deshacen. El petróleo lleva cayendo hasta mínimos desde la bajada de 2008 y sigue en picado.
Es cierto que el petróleo barato plantea problemas concretos. En Oriente Medio, algunos Estados dependen completamente de los ingresos que genera para seguir a flote. Según un análisis del Bruegel Institute, el 99,8% de las exportaciones de Irak son de petróleo (uno se pregunta qué será el 0,2% restante). Argelia, Kuwait y Libia superan todos el 90%. Arabia Saudí está por encima del 80% e incluso Rusia tiene más del 70% (una crítica escandalosa del fracaso de Vladimir Putin para impulsar industrias alternativas).
No todos esos Gobiernos van a sobrevivir. En los que sí, tendrán que apretarse el cinturón y eso significa que importarán mucho menos de EEUU y Europa. Si uno vende coches de lujo o servicios bancarios de gama alta en Qatar o Kuwait, 2016 será probablemente un año de vacas flacas. Por eso los mercados bursátiles se revuelven: ven las penurias que les esperan a esos mercados y a las empresas que les suministran.
Pero tengamos una cosa en cuenta: al final, el petróleo no es más que un producto y cuando un producto se abarata, suele ser bueno. Ocurre con los ordenadores, los coches y los televisores, o cualquier otra cosa. También con el petróleo. Lo cierto es que hay tres razones por las que deberíamos alegrarnos de que el precio del crudo haya bajado a diez dólares.
Primero, porque aunque unos países están peor, la mayoría estará mejor. La caída de los precios del petróleo funciona como un recorte fiscal en gran parte del mundo. Asigna más dinero a los bolsillos de los consumidores, que llenan los depósitos de sus coches y calientan sus casas, sobre todo en los países que más estímulo requieren ahora. Japón y Francia, dos de las mayores economías del mundo, se beneficiarán mucho porque son grandes importadoras netas de petróleo. Y también Italia, Grecia y España. Un precio del petróleo mucho más bajo podría incluso bastar para levantar a esos países de un crecimiento muy bajo que les ha plagado durante años. Y eso sería una ventaja importante.
Segundo, ¿tan malo es que algunos Gobiernos sufran presión? Repasemos la lista de los países que dependen en más de un 80% del petróleo (excluidos algunos grandes productores, como el Reino Unido, Noruega o Canadá, porque tienen economías diversificadas). Como poco, en cierto sentido son todos corruptos y autoritarios. Como mucho, difunden el terror por sus regiones. Si Putin cayera derrocado, sería una buena noticia.
El inmenso potencial económico ruso está desaprovechado desde su mandato. Si Arabia Saudí se sumiera en una revolución, o lo hiciesen Qatar o Kuwait, acabaría emergiendo un Oriente Medio más estable y no haría de la región nada más caótica de lo que ya es. Puesto que ninguno de esos países ha gestionado un crecimiento amplio y sostenido, todo cambio es sin duda para mejor, aunque se produzca cierto dolor y trastornos por el camino.
Por último, la caída del precio del petróleo es una señal inequívoca de que cada vez usamos más energías alternativas. Ya hay muchas pruebas de ello. Desde 2013, la cantidad de capacidad eléctrica nueva con renovables ha superado a la de combustibles fósiles. El kilometraje por litro del coche medio ha subido un 29% en los trece últimos años y sigue subiendo.
Nuestras viviendas están mejor aisladas y nuestras fábricas son más austeras, mientras que el consumo energético es estático incluso si sube el PIB. Los años de inversión en alternativas más limpias que el petróleo están dando fruto y eso está impulsando en gran medida la caída del precio. ¿Es eso malo? Por supuesto que no. Es precisamente lo que queríamos que ocurriera.
En cierto modo, desde luego, el precio puede autocorregirse. A treinta dólares el barril, casi toda la industria del gas de esquisto se esfumará y la de Europa no conseguirá despegar. Mucho menos dinero irá a parar a la energía solar y ese coche eléctrico que los gigantes automovilísticos llevan desarrollando será menos atractivo ahora que es tan barato llenar el depósito. Al final, el precio tocará fondo, como hacen todos los precios, pero mientras tanto un petróleo más barato podría dar a la economía global un empujón y eso hay que celebrarlo.