
Los últimos debates políticos se han movido en forma de neorrealismo televisivo; eso sí, con más dosis de educación. Los participantes, con un discurso bien ensayado, han interpretado su papel para encapsular sus mensajes de la mejor forma posible. Con esto se parecen bastante unos a otros. Nadie quiere desafinar la nota y todos se presentan como partidos socialdemócratas con distintos matices. Otra característica es el juego a cuatro. Nada existe fuera de los cuatro partidos seleccionados desde hace tiempo por las encuestas. Los que están fuera de este grupo de elegidos poco tienen que hacer. Se anticipa su marginación política.
Con este modelo, ninguno de los contendientes se atreverá a desgranar su programa electoral, cosa que sería muy deseable. Parece que cuanto más simple sea la transmisión de los mensajes, mayores posibilidades habrá de ganar. La democracia acaba con esto reducida a un concurso de candidatos. Votando a uno por rechazo del otro, cosa a la que también se aplican los contendientes. Hoy no existen ni equipos ni programas. Al final, el que consiga gobernar lo hará de acuerdo a los pactos que consiga. La realidad postelectoral será la que se imponga.
Los programas de los cuatro partidos en liza, PP, PSOE, Ciudadanos y Podemos, son, sin embargo, muy esclarecedores. Aunque para leerlos hay que dedicar un tiempo que, en general, no se tiene. El más largo es el de Ciudadanos con 335 páginas. El más corto el del PP: 222 páginas. Podemos se acerca al de Ciudadanos con 327 páginas y el del PSOE tiene 273.
Podemos ha involucrado a decenas de personas y de asociaciones. Sorprende ver en la lista de créditos a Cáritas, al Colegio de Abogados de Madrid, a Save the Children e incluso a las Naciones Unidas. No se explica la participación de cada uno de ellos, que se mezclan con otros menos conocidos como Europa Laica, Confederación Pirata y Partido Pirata de Madrid, No Somos Delito o Yo Estudié en la Pública.
No se puede decir que el programa electoral de esta formación no sea claro: se habla de una nueva arquitectura constitucional que reconocerá el carácter plurinacional de España, donde exista el derecho a decidir y el tipo de relación que cada uno quiera mantener con el resto. Energías verdes por doquier y nacionalización de las centrales hidráulicas del país. Creación de fondos soberanos públicos, nacionalización de Bankia y de la Banca Mare Nostrum, reestructuración de la deuda, etc. Un modelo muy a la griega, que quedaría como quedó el Gobierno heleno hace unos meses en sus discusiones con el Eurogrupo y la Comisión Europea.
Habrá un aumento de impuestos, pensiones revalorizadas con el IPC y adiós a la reforma laboral. Y algo en lo que todos, salvo el PP, están de acuerdo: una nueva ley de educación (sería la octava desde el inicio de la democracia en España). Un modelo muy de izquierdas, de tintes europeo-bolivarianos, con propuestas interesantes e incluso positivas; en especial las relativas a la lucha contra la corrupción y el fraude en sus diferentes modelos. Sorprende cómo una estructura desestructurada haya llegado hasta aquí. De gobernar, tendríamos el estilo del Ayuntamiento de Madrid, pero a nivel estatal. Desde luego, el espectro más a la izquierda en nuestro país pasará en los próximos años por esta formación.
Ciudadanos, aunque capte muchos votos de antiguos votantes del PP, está también a la izquierda, pero más del lado de la socialdemocracia. Ahí está la despenalización de la producción y distribución del cannabis, el concepto de matrimonio igualitario, la idea de que la identidad sexual reside en el cerebro, o la despenalización del aborto como en otros países de nuestro entorno. A lo que también habría que añadir una nueva fiscalidad que parece esconder subidas de impuestos, y el criterio de que hay que gravar más a los ricos. Un partido que, salvo en la cuestión territorial, se entendería mejor con el PSOE que con el PP. Ha sabido situarse en el centro sin ser del centro, porque al PP le pesó la corrupción, se encerró en sí mismo y tuvo que lidiar con la crisis. Nada tiene que ver Ciudadanos con la extinta UCD, aunque mantenga este mensaje. Tampoco Rivera con Suárez, aunque esto le dé votos.
El PSOE parece, según muchos analistas, que tiene problemas para canalizar sus mensajes. A su secretario general se le volvió a ver en el mismo medio televisivo, tras el debate, en una entrevista ad hoc; se supone que para mejorar su imagen sin tener enfrente difíciles contendientes. Lo mismo ha sucedido con un diario de tirada nacional, que le dedicó su editorial para sacarle ganador del debate a cuatro. Y es que el problema de este partido reside en que dejó de ser el gran PSOE que aglutinó Felipe González, con su visión clara de lo que es España y de lo que es Europa. Una vez perdidos estos referentes, el solo mensaje de que hay que echar a Rajoy no será suficiente.
Al PP, que no supo cerrar su corrupción con celeridad y que se enclaustró para sacar a España del atolladero de la crisis, encerrando a su presidente, le ha faltado el tiempo, y ahora puede ser demasiado tarde.