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Cataluña no se merece esto

Foto: Bloomberg.

Cataluña es un gran país. Y aunque algunos no lo quieran ver, es una parte intrínseca de España desde que España tuvo conciencia histórica de sí misma. Sin Cataluña, España no sería España. Y Cataluña sin España no sería Cataluña, aunque siguiera manteniendo ese nombre.

España ha forjado su unitaria realidad desde la diversidad de sus miembros. Casi todos con singularidades propias debido, en lo esencial, a las características geográficas del territorio. Un espacio geográfico dividido en dos grandes mesetas cerradas por cordilleras que, durante muchísimo tiempo, dificultaron el paso de unas zonas a otras. Algo que incrementó sobremanera la singularidad de sus pueblos.

Cosa que no sucedió en Francia o Alemania, en los cuales se puede ir de norte a sur sin tener que atravesar imponentes montañas. Y, sin embargo, al hilo de la Historia, los habitantes de España decidieron caminar juntos en su diversidad, y hasta fueron capaces de crear, con sus diferencias, uno de los imperios más imponentes del mundo.

Históricamente, Cataluña siempre fue una parte de España. Una parte esencial de España. Como también España se forja con Cataluña en su seno. El Condado de Barcelona, inscrito en la Corona de Aragón, dominó el Mediterráneo en tiempos pasados. Tanto, que aún se pueden ver nombres catalanes en Córcega y en Nápoles. De Barcelona, donde permaneció por espacio de un año negociando con las Cortes de Aragón, como antes había hecho con las Cortes castellanas reunidas en Galicia, partió Carlos V para ser coronado emperador en Aquisgrán.

Son tantas las raíces españolas de Cataluña, y tantas las catalanas que tienen el resto de los españoles, que resulta un sinsentido plantear cualquier tipo de ruptura, ya sea en un sentido o en el otro. Apelar a 1714 como si allí hubiera habido cosa diferente a una guerra entre dinastías borbónicas al final de la Guerra de Secesión española, es forzar la realidad de los hechos históricos. Una guerra, por cierto, que enfrentó en Cataluña a unos catalanes con otros, como parece que se quiere hacer ahora.

Pero estamos en pleno siglo XXI. En medio de un proceso imparable de globalización, donde los riesgos son de tal envergadura que trascienden los particularismos. Donde incluso Europa se encuentra enfrentada a unos problemas que aumentan sus propios desequilibrios internos; desde la posición del Reino Unido que siempre miró con recelo a la Europa Continental, hasta los riesgos de una afluencia masiva de millones de personas que esperan a la puerta de una Europa que no encuentra su sitio en el juego de la geopolítica global.

Y es en este contexto en el que unos políticos movidos por sus intereses particulares han decidido un camino en contra de la realidad. Primero, porque costó mucho llegar a tener el sistema democrático que hoy disfrutamos. Segundo, porque querer poner a Cataluña fuera de la comunidad internacional es un gravísimo hecho.

¿Dónde estaban, por cierto, en aquellos difíciles momentos al final del franquismo esos que ahora se arrogan el derecho a hablar de imposiciones? Quizás unos no habían nacido, pero otros, a lo mejor, eran complacientes con aquella situación. La España de hoy, en su realidad económica y social, es un país democrático avanzado, con un sistema tan descentralizado que, a veces, dificulta el progreso del conjunto. Con unas empresas globales que dominan muchos mercados, y con un potencial humano del que habría que enorgullecerse.

Caixa Bank, por poner un ejemplo, es una entidad financiera tan catalana como española. Al igual que Banco Santander, es tan global, como español y cántabro. Lo que, de forma similar, aplicaría a Abertis, Repsol, Gas Natural, OHL, BBVA o Telefónica, por seguir con los ejemplos. Empresas españolas, que son catalanas, madrileñas, vascas y latinoamericanas. Donde sus ejecutivos no discuten su origen patronímico, sino que se esfuerzan en sacar adelante sus empresas en un mundo complejo, global y extremadamente competitivo, creando así riqueza para el conjunto de España y en los países donde operan.

La política se sustenta en las leyes. Sin Ley no hay política. Sin Ley aparecen el caos y las dictaduras, que son otra forma de caos. Enfrentar a unos catalanes con otros, y al resto del país entre sí, no es hacer política, es romper el vaso de la convivencia, lo que entraña una enorme responsabilidad. Cuando unos gobernantes se creen por encima de la Ley deben atenerse a las consecuencias. Las instituciones del Estado español existen y actúan. Incluso existen para abrir los cauces del cambio, sea este el que sea. España tiene los mecanismos necesarios para cambiar lo que el pueblo español desee. Los partidos políticos están ahí para encauzar esos deseos.

La forma del Estado será la que democráticamente se decida. Los golpes de Estado, sean cruentos o incruentos, están fuera de lugar y son ilegales. Y la Ley, que nos obliga a todos, está ahí para mantener las reglas. Los catalanes no se merecen unos gobernantes que han decidido ir a ninguna parte haciendo sufrir a los ciudadanos. No hay una raza de catalanes españoles y otra de catalanes no españoles. Cataluña no se merece esto.

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