
Por todos los mercados emergentes, las acciones se desploman. Las monedas entran en caída libre, en las exportaciones de materias primas se abren cráteres y el capital caliente huye. Se puede perdonar a los inversores por pensar que los mercados emergentes, supuestamente la niña bonita de cualquier cartera, están acabados.
Pero hay una excepción de lo más interesante, y es que los mercados emergentes de Europa están perfectamente. Es cierto que Rusia no está en buenas condiciones y casi todos los mercados bursátiles han bajado un poco, como en el resto del mundo, pero las economías del antiguo bloque soviético, como Hungría, Polonia y la República Checa, se encuentran a la perfección, y países como Ucrania podrían acabar convirtiéndose en la ganga del siglo.
No dependen de los precios de las materias primas y mucho menos de sus vínculos con una China volátil. Con las economías en desarrollo de Asia y los BRICS sometidas a tanta presión, los países de mayor crecimiento de Europa podrían recibir más atención de la que se merecen.
Han sido unos meses nefastos para los mercados emergentes del todo el mundo. A raíz del bajón de las acciones chinas y la ralentización de ese centro neurálgico de la economía, todos están sufriendo un año terrible. La crisis de Shanghái se ha propagado a las bolsas de Taiwán, Corea del Sur, Filipinas, Indonesia, Tailandia y Vietnam. Brasil se ha hundido en una recesión, Rusia es una zona de desastre desde que el precio del petróleo empezara a caer, y desde que se le impusieran sanciones tras la anexión de Crimea. Ahora la India se une al grupo de víctimas también. A principios de septiembre, los mercados emergentes de todo el mundo habían caído un 18,5% respecto al año anterior.
No era eso lo que tenía que pasar. Tras la crisis financiera de 2008 se suponía que los BRICS serían la gran esperanza para los inversores. El mundo desarrollado estaba atrapado bajo unas deudas abrumadoras, sistemas bancarios en quiebra y poblaciones envejecidas, mientras que los países en nuevo desarrollo presenciaban una revolución industrial y un "súper ciclo" de las materias primas que mantendría el crecimiento hacia delante. Ahora que el milagro de la economía china no parece lo que era, y el resto de los BRICS no llegan a abandonar la parrilla de salida, todo parece una exageración. China seguirá creciendo y puede que a la India le vaya bien, pero el resto de los BRICS y gran parte del resto de Asia seguramente dependan demasiado del capital extranjero y las exportaciones de materias primas como para ser un lugar seguro para el dinero de nadie.
Hay una excepción, que se sitúa en las fronteras de la que se supone ser la Europa de crecimiento lento. En plena masacre, a muchos de esos mercados les ha ido sorprendentemente bien, como es el caso de Hungría, que había crecido un 20% interanual a principios de mes. Mientras otras bolsas bajaban, han roto con los promedios sin dificultad. El mercado checo solo ha bajado un 8% y el polaco un 13% frente a una caída media de los mercados emergentes de casi un 19%. Entre los mercados fronterizos de la región, Estonia subió un 5,6% interanual en septiembre, y Rumanía un 3,8%. Croacia cayó apenas un 5% y Lituania un 5,6%, un rendimiento mucho mejor que el de la mayoría de sus semejantes asiáticos y sudamericanos.
Por supuesto, hay excepciones. Grecia, por motivos tan conocidos que huelga mencionarlos aquí, ha sido un desastre y sus mercados de capitales se han reducido a la mitad este año. Turquía no ha salido mejor parada, aunque por supuesto siempre está el viejo debate de si se integra en Europa u Oriente Medio (la respuesta, por cierto, es un poco de cada, y eso a largo plazo podría ser su punto fuerte). Aun así, está claro que a los mercados emergentes y fronterizos de Europa les va mejor que a los del resto del mundo.
Las razones no son difíciles de entender. Si muchos mercados emergentes dependen del petróleo y otras materias primas para impulsar su crecimiento o fabrican satélites de la maquinaria industrial de China, la mayor parte del crecimiento de Europa del este se basa en la construcción constante de una economía de impulso interno. Es cierto que se fabrica mucho para el occidente de Europa pero eso no va a desaparecer próximamente. Tampoco fluyó mucho capital caliente durante el auge, así que no hay mucho que pueda huir cuando baje el ciclo.
Las cifras lo dejan claro. Polonia, por ejemplo, está previsto que crezca a un sólido 3,2% este año. Hungría creció un 3,6% el año pasado y debería igualarlo en 2015. Por toda la región se anotan cifras similares. Hay pocos indicios de los ciclos de auge y depresión que caracterizan a los mercados emergentes en el resto del mundo. Estas economías europeas son tortugas en vez de liebres, y como todos sabemos, al final es la tortuga la que gana la carrera.
Dada la intromisión de Rusia y los conflictos políticos, Ucrania podría parecer un caso perdido, pero acaba de reestructurar un tramo de la deuda. Si retrocedemos dos décadas, no está en una posición distinta de la de Polonia. Es un país grande, con bastante gente y mucha tierra agrícola. Si Polonia es capaz de modernizar con éxito una economía estancada con industrias pesadas nada competitivas de la era soviética, no hay razón por la que Ucrania no pueda hacer lo mismo, siempre y cuando se le dé tiempo y espacio para conseguirlo.
A casi toda Europa del este se la ha pasado por alto en la última década, mientras las economías de Asia, el Golfo, Sudamérica y cada vez más África acaparaban la luz de los focos. Cuando los problemas en esas regiones se hacen visibles, sus virtudes (crecimiento constante, niveles de prosperidad en aumento y niveles controlables de deuda) se vuelven más evidentes. Siempre hay una parte del mundo que ilusiona más a los inversores globales. ¿Quién sabe si próximamente podría ser la periferia de Europa?