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Si China tiene un catarro el resto del planeta se resfriará inevitablemente

Fue en el verano de 2007 cuando, sin motivo aparente, los índices bursátiles de Occidente comenzaron a hacer bajadas vertiginosas. Algunos achacaron esas caídas, acompañadas de una extrema volatilidad que hacía imprevisible cualquier movimiento posterior, al ajuste lógico provocado por una desaceleración de la economía.

Otros le quitaron importancia, nos dijeron que era cosa del verano, que con poco dinero se podían forzar posiciones extremas. Sólo unos cuantos advirtieron la que se nos venía encima. Las bolsas se estaban adelantando, ajustando los precios al valor real de los activos que la brutal crisis que hemos padecido después han dejado al descubierto.

Hoy es la bolsa china la que dibuja fuertes movimientos de sierra, descensos peligrosos que el dinero público apenas puede controlar. Y hoy es más difícil adivinar qué provoca esa tensión. ¿Especulación o burbuja a punto de estallar? China es un gigante financiero y económico y una gran incógnita. El férreo control de sus autoridades sobre la información enmascara la realidad. La actividad se concentra en las grandes ciudades costeras, la riqueza en un puñado de grandes familias y corre el rumor de que sus inmensas corporaciones financieras tienen los pies de barro. Pero, ¿cómo saber qué hay de cierto cuando cualquier intento de investigar se choca con el muro de un sistema opaco y autoritario gestionado por pocas manos?

Sería sólo un asunto local si Pekín no hubiera hecho inversiones multimillonarias para explotar yacimientos de materias primas en todo el planeta, si no fuera el mayor tenedor de deuda pública del resto de las grandes economías del mundo. Si hoy China tiene un catarro, el resto del planeta se resfriará inevitablemente. Como mínimo. De modo que extrememos la prudencia, porque, aunque no nos lo hayan contado, tal vez, como en 2007, el rey esta vez también esté desnudo.

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