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Mojarse por Libia

No hay nada que vaya mal y que no sea susceptible de empeorar. Cuando la comunidad internacional echó a Gaddafi tras una dictadura de 40 años en una operación llevada a cabo por la OTAN con el beneplácito de la ONU, bajo el bien intencionado principio de la "responsabilidad de proteger", no podía imaginar que pocos años más tarde la situación en el país iba a estar mucho peor que cuando gobernaba el coronel. Si entonces había una dictadura que ahogaba las libertades, ahora tenemos una guerra civil y un país dividido en el que el Estado Islámico ha establecido una sólida base a tan solo 217 millas de las costas italianas. El desbarajuste y la inseguridad son totales, con 400.000 desplazados internos y dos millones de refugiados en Egipto y Túnez. Por eso millares de libios se embarcan en vetustas embarcaciones con la esperanza de llegar a las costas europeas y son demasiados los que lo pagan con la vida.

Gaddafi dejó detrás de sí el vacío más absoluto, un país inviable sin instituciones, partidos o sindicatos. Su famosa Tercera Vía Universal que pretendía superar el comunismo y el capitalismo era una fantasía y como la naturaleza tiene horror al vacío inmediatamente lo rellenó con la realidad de las tribus, sojuzgadas pero no eliminadas bajo la dictadura, y con la proliferación de bandas armadas. Su inestabilidad se extiende a su entorno, pues son bandas tuareg las que propugnan el secesionismo en el norte de Mali.

Hoy hay en Libia dos gobiernos y dos parlamentos: el de Tobruk, reconocido por la comunidad internacional, y el de Trípoli; y dos grandes alianzas en lucha abierta por el poder y el petróleo (Libia producía un millón y medio de barriles/día y ahora unos 500.000 barriles/día): la Operación Dignidad, fuerte en el Este del país, dirigida por el general Haftar, restos del ejército leales al gobierno "legítimo" de Tobruk y apoyada por la tribu Zintan (que está en el oeste); y la Operación Amanecer, que respalda al gobierno de Trípoli e integrada por la tribu Misrata y algunos bereberes, en el Oeste. La tribu Warfalla, la más numerosa, se mantiene equidistante. Para complicar un poquito más este panorama alucinante, Turquía, Qatar y Sudán apoyan a Amanecer, mientras que Egipto, Arabia Saudi y Rusia respaldan a Dignidad. Entre ambos se sitúan los islamistas radicales de Ansar al-Sharia que han jurado fidelidad al Estado Islámico y que rechazan cooperar con gobiernos democráticos "que no son islámicos" y con todo lo que huela a elecciones. Ya dominan una amplia zona en torno a Darna, Sirte y Bengazi, donde cometen todo tipo de atrocidades. En represalia, Egipto ha bombardeado sus posiciones y también los Estados Unidos lo han hecho para acabar con Mokhtar Belmokhtar, líder del grupo Al Morabitum que entre otras muchas acciones terroristas había secuestrado en 2009 a tres españoles en Mauritania y en 2013 fue el responsable de un ataque contra la planta de gas argelina de In Amenas que se saldó con 67 muertos. La presencia de este terrorista y contrabandista en Libia muestra a las claras el desmadre de allí. El gobierno de Tobruk ha aplaudido estas acciones que amenazan con extender e internacionalizar el conflicto. Nada desearían más estos bárbaros, que ya han amenazado con echar a 500.000 seres humanos al mar para crear problemas en Europa y han prometido que "conquistarán Roma". Al final los libios están preocupados con su crecimiento y eso puede facilitar la reconciliación interna. No hay mal que por bien no venga.

En eso trabaja un diplomático español, Bernardino León, representante de las Naciones Unidas, que trata de impulsar el diálogo para formar un Gobierno de Concordia Nacional. Mientras usted lee, está reunido en Skhirat con las facciones enfrentadas. Hay que apoyar sus esfuerzos y eso exige la colaboración de los países vecinos (Egipto, Túnez, Argelia), la implicación de Europa, el respaldo de los EEUU y la bendición de la ONU. El complemento ideal sería un bloqueo eficaz de las fronteras para que ni lleguen armas a los combatientes ni estos puedan financiarse con el contrabando de petróleo. Desde Europa se sigue con preocupación el problema libio por al menos tres razones: los refugiados que huyen y buscan refugio entre nosotros (ahora comienza una operación militar de la UE para controlar el problema); porque allí ha establecido una base el Estado Islámico (Italia y España han sugerido extender a Libia la lucha que ya se lleva a cabo contra él en Irak); y porque un estado fallido en África del norte será una fuente de inestabilidad regional que nos afectaría. Pero para poder actuar con eficacia necesitamos también que nos lo pida el Gobierno de Libia y que la ONU nos autorice y aquí los problemas pueden llegar de Moscú que, después de lo que ha hecho en Crimea, es comprensiblemente reacio a bendecir intervenciones internacionales en terceros países. León merece todo nuestro apoyo. Y no solo verbal.

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