
Las pensiones, la Sanidad o la Educación, los grandes pilares sobre los que se asienta el Estado del Bienestar, la gran conquista del siglo XX, han convertido a Europa en un paraíso para el hombre.
La Unión es, probablemente, el modelo de organización social más solidario de todo el mundo, a escala interpersonal y también entre los propios Estados miembros. Sin embargo, la crisis que vivimos desde el pasado año 2007 ha demostrado que, llevándolo irresponsablemente hasta sus últimas consecuencias, puede acabar por destruirnos, porque lleva ese germen, el de la muerte, alojado en su propio corazón. Grecia es el paradigma.
Las décadas de euforia financiera han generado en nuestra cultura colectiva un efecto engañoso, el de que vivimos sentados sobre la gallina de los huevos de oro. Y se nos ha olvidado, interesadamente, el final del cuento. No nos preguntamos quién paga el colegio al que asistimos desde la más tierna infancia o la universidad; tampoco quién financia al médico que nos asiste. Nos hemos convencido -o nos han contado- que es Papá Estado el que firma los cheques, un ente abstracto, sin rostro, una suerte de Santa Claus dotado de una saca de regalos que no tiene fin. Y, por tanto, se puede abusar.
Y se abusa. Casos, a nivel individual, los conocemos todos. A nivel colectivo, las prejubilaciones a los 45 años o las pensiones de orfandad de por vida que para el Gobierno heleno pueden ser dos buenos ejemplos... El problema surge cuando nos damos de bruces con la realidad: Santa Claus o Papá Estado no somos más que nosotros mismos, los que, con nuestro esfuerzo, nos hacemos cargo de las facturas. Y eso da para lo poco que da. Si, para colmo, nos sale más rentable dormir la siesta que trabajar, ese Estado del Bienestar del que tanto nos enorgullecemos tiene los días contados.