Firmas

Esposas y celestinas electorales

  • Los programas han pasado a un segundo plano

Las elecciones locales y autonómicas del 24 de mayo han evidenciado algunos aspectos sobre los que conviene detenerse. No se trata aquí de contribuir a la imposible ciencia del augurio sobre quién irá del brazo de quién, qué partido decidirá qué apoyos o qué nombres caerán y cuáles se sentarán en los gobiernos municipales y autonómicos. Sobre eso, ha habido ya una amplia y muy variada opinión en todos los medios de comunicación.

Ahora parece útil hacer tres reflexiones sobre la tramoya menos evidente. La primera acerca de cómo, en realidad, cuando lo que está en juego es la administración del botín de cada sigla, de cada partido, de cada proyecto y de cada candidato, lo que se practica no es la construcción de pactos políticos, esto es, pactos sobre la política que convenga hacer, sino lo contrario: una política de pactos. Es decir, los pactos son ya la única política. Los programas y las promesas han pasado a un segundo plano para dejar paso al ritual de cortejos y desdenes, a los matrimonios de conveniencia, al rencor de las parejas desairadas, a las camas redondas sobre el único perfil nítido de la aritmética poselectoral. Dicho de otro modo, los partidos confunden los fines con los medios.

La segunda es que el resultado electoral conjunto, la aparición y ascenso de nuevos partidos, el hundimiento general de los partidos clásicos, se ha explicado en parte como una reacción del electorado frente a los casos de corrupción. En ese sentido, parece que al partido del Gobierno se le ha pasado factura. Pero si ese argumento es válido, entonces nos encontramos con la paradoja de que el electorado que no vota a la izquierda sí castiga la corrupción, mientras que el electorado que vota a la izquierda no lo hace. Andalucía es el ejemplo. Andalucía sigue siendo un feudo socialista después de lo que ha llovido y el partido en el gobierno ha obtenido el mismo número de escaños que ya tenía. Los casos de corrupción no parecen haber afectado ni haber sido utilizados como factura por los andaluces. Se trata sólo de un hecho sobre el que creo que no se ha llegado a hacer un análisis profundo. Habría que averiguar las causas de esa diferente forma de reaccionar ante la corrupción.

Por su parte, en tercer lugar, los dos nuevos partidos que han emergido en el paisaje político se disputan sus blancos trajes angelicales y acuden a la arena política con el pudor y la virginidad con la que una esposa egipcia se acercaba al tálamo del faraón en su noche de bodas. Ambos partidos quieren dejar claro que es su primera vez y exigen condiciones para tumbarse en el lecho, una noche de bodas de la que quieren salir al final tan vírgenes como al principio y además prometen que todos sus contactos en la cama política serán honestos. Son una especie de jovencitas medievales que exigen ellas mismas ponerse su propio cinturón de castidad y arrojar la llave al mar. Lo que ocurre es que las honestas esposas empiezan a parecer viejas celestinas capaces de recomponer los virgos donde haga falta hacerlo. Incluso con magia o incluso saltando fuera de su propia sombra. Pero hay cosas que no serán posibles.

Así que las elecciones generales no están ni convocadas, ni decididas ni se parecerán a las del 24 de mayo, porque el paisaje, lejos de haberse definido o de anticipar lo que vendrá, se ha convertido en humo y el telón del teatro acaba de bajarse. Nadie sabe cómo será el segundo acto.

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