Firmas

Palmyra como símbolo

  • La caída de la histórica ciudad siria es todo un éxito estratégico
La ciudad siria de Palmyra.

La combinación de la descomposición de la URSS y el repliegue americano (la Guerra Fría mantenía controlados a los dictadores de uno y otro bando), las frustradas esperanzas de la Primavera Árabe y la destrucción de Irak tras la invasión americana han puesto Oriente Medio patas arriba y hoy son varios los conflictos que allí se concentran aunque hay uno que los domina todos: la lucha entre los sunnitas capitaneados por Arabia Saudí y los chiítas liderados por Irán, cuya influencia aumenta y preocupa a mucha gente desde Tel Aviv hasta las monarquías del Golfo.

El 90% de los musulmanes son sunnitas pero los chiítas son muy peleones. Esta pugna existencial pone en entredicho el Estado-nación y amenaza con cambiar la configuración regional tal como la conocemos desde el desmembramiento del imperio Otomano.

Así, el Estado Islámico (sunnita) ya domina un territorio similar al de media España, ha borrado la frontera sirio-iraquí, quiere establecer un Califato universal y una vez que se ha repuesto de sus derrotas en Kobane y Tikrit ha ocupado Ramadi, capital de la provincia de Anbar, al oeste de Bagdad, acercándose peligrosamente a la refinería de Baiji que produce el 25% del crudo iraquí, y también ha conquistado la ciudad siria de Palmyra, en su día centro neurálgico de la Ruta de la Seda entre el Imperio Romano, Persia, China y la India.

Sus maravillosos restos están hoy amenazados por esos iconoclastas que ya la emprendieron a martillazos con Nimrod, Nínive y Jatra, lugares que llevaban siglos vegetando en paz hasta que han llegado estos islamistas radicales con la pretensión de reescribir la historia haciendo tabla rasa de todo el pasado que no se pliegue a su peculiar visión totalitaria. Estos brotes de intolerancia recuerdan a los almohades, a quienes Sánchez-Albornoz llamó "langostas del desierto" y que trataron de prohibir la música en Sevilla. Un contradios. Y es que otra cosa mala de los fundamentalismos es lo empobrecedores que son. Se ha dicho que la guerra era la manera que Dios tiene de enseñar geografía a los americanos, pero en realidad somos todos los que la aprendemos con estas tragedias de Oriente Medio. La caída de Palmyra, en la carretera de Damasco a Bagdad, es un éxito estratégico y propagandístico y bandera de enganche para yihadistas del mundo entero. Un desastre.

El avance de los sunnitas radicales del Estado Islámico produce resultados paradójicos, como el refuerzo de las milicias chiítas libanesas de Hizbollah, o el afianzamiento de la dictadura de Bachar al Assad porque su progreso tiene aterrorizadas a las minorías (cristianos, drusos, alawitas, chiítas), que cierran filas en torno al régimen de Damasco. La oposición siria está dominada por radicales del Estado Islámico y de Al Qaeda, ambos sunnitas y enfrentados entre sí a muerte y nunca mejor dicho.

Ante la posibilidad de que Damasco caiga en manos de salafistas yihadistas sunnitas no extraña la preferencia por Bachar, que pasa así de ser el problema a ser un factor con el que hay que contar para una solución de la crisis.

También en Irak nacen extraños compañeros de cama. El ejército iraquí ha dado en Ramadi una espantada similar a la que dio en Mosul ante el avance del Estado Islámico, que aprovecha inteligentemente el terror que producen sus crucifixiones y decapitaciones. Los sunnitas, minoritarios en Irak, tenían la sartén por el mango con Sadam Hussein (e incluso hicieron una larga guerra contra el Irán chiíta de Jomeini) y ahora temen a la mayoría chiíta que manda en Bagdad con el apoyo de Irán. La provincia de Anbar es sunnita y Bagdad tiene que ser muy prudente antes de meter allí tropas chiítas (iraquíes o iraníes), porque teme la reacción de la población local que apoya en parte al Estado Islámico por su oposición a los chiítas. Además, utilizar combatientes iraníes en la ofensiva para recuperar Ramadi aumentaría la influencia regional de Teherán, de la que todos recelan. Esa es la razón de la intervención saudí en Yemen, un conflicto autóctono donde los huthis (chiítas, y minoritarios) han dado un golpe de estado en el que Riad ve (interesadamente) la larga mano de Teherán. De esta forma, también el conflicto entre sunnitas y chiítas se extiende a Yemen, que es hoy un estado fallido en cuyo desmadre engorda Al Qaeda.

La realidad es que el Estado Islámico gana terreno en Siria e Irak (y en Yemen, Libia, Nigeria...) y nadie sabe cómo pararlo, lo que a su vez tensiona la relación de Washington con Bagdad y con Riad. Un monstruo está creciendo delante de nuestras narices y se alimenta tanto de esa pugna ancestral entre sunnitas y chiítas (y de los pozos de petróleo que va conquistando), como de nuestra propia perplejidad porque todas las opciones que se nos ofrecen son malas. Su derrota exige la cooperación de Irán y Arabia Saudi, que hoy parece imposible. Podría ser peor si Al Qaeda y el Estado Islámico unieran fuerzas, lo que por ahora tampoco parece probable dadas sus enormes diferencias tácticas e ideológicas. Algo es algo.

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