
Ahora, cuando ya hemos deglutido el bombardeo milagrero de las "grandes promesas" en este mayo de 2015, conviene volver a 2007 (último año antes de crisis). También en aquel mayo hubo elecciones municipales y no está de más recordar algunas promesas (cuando aún era "un tiempo tan feliz"). Todas ellas promesas incumplidas: 1.500 kilómetros lineales de carril-bici (Madrid); "declararemos a Marbella ciudad de la filantropía"; "un teleférico solucionará el tráfico rodado" (Sevilla); una playa como la de El Sardinero en el Manzanares, aparte de un acuario oceanográfico en Villaverde Bajo.
"Además del tranvía y tramos para peatones y alquiler de bicicletas, pondremos un barco-bus" (Valladolid); "un aparcamiento subterráneo bajo el lago" en Puigcerdá... propuestas imaginativas..., como aquellos 700 euros al mes para las hipotecas de los jóvenes (Castilla y León) o las viviendas protegidas con piscinas cubiertas de Unión Valenciana. En fin, que la sal y la pimienta electoral no faltaban entonces, no tanto a favor de nuevas ideas, sino en pos de la última ocurrencia, siempre que ésta sirviera para salir en los medios.
Lugar aparte ocupaban los edificios llamados singulares. En ellos no importa la función o el contenido. Importó el continente poniendo en evidencia una patología: el protagonismo de arquitectos y políticos que, con estos edificios, sólo quieren llamar la atención, dejar impresa en la ciudad la huella indeleble del político que lo inaugura y del arquitecto que lo diseña.
Pero eso poco tiene que ver con la ciudad ni con el arte. El colmo del escaparatismo lo sigue ostentando el Guggenheim de Bilbao. Un navarro al verlo dijo: "Si la lata es así, ¿cómo serán los espárragos?". Que los espárragos no tengan sustancia no importa, pero las latas son caras. En efecto, vivíamos en el reino de la trivialidad y el despilfarro y llegó Paco con la rebaja. Mas poco importa, seguiremos incumpliendo promesas.