
Encíclica tras encíclica neoliberal, el pontífice Draghi sigue marcando la hoja de ruta de una Europa integrada. Acaba de afirmar que los Estados deben seguir cediendo soberanía en aras de una Soberanía europea compartida.
Para cualquiera de los irredentos europeístas de salón la afirmación del presidente del BCE les trae el eco de una ínsula Barataria europea y federal en la que la supranacionalidad tenga Parlamento, Gobierno, política exterior y de seguridad, instituciones y política económica y social comunes. Nada de eso. Draghi pide a los Estados que compartan la casi irrelevante soberanía económica que aún poseen, con instituciones comunes.
¿A qué hace referencia? No hay que darle muchas vueltas a la cabeza. Lo que se pide a los Estados es que simple y llanamente, vayan extinguiéndose en aras de un proyecto en el que la troika y el Mede se constituyan en el Gobierno y la Constitución de ese proyecto europeo. Una vez que los Gobiernos de los Estados miembros han cumplido la tarea de enajenar la Soberanía nacional en una quimera, ya no sirven.
Roma sigue sin pagar a traidores. Quienes conocen, siquiera someramente, las características y mecanismos de actuación del BCE o del Mede saben que, mediante esas siglas, los poderes económicos y financieros van constituyéndose en la única soberanía existente. La democracia será algo a lo que estudiosos de cosas raras dedicarán su escaso tiempo libre.
¿Acaso no es esto lo que cada día se va configurando ante nuestra vista? ¿En qué se parece el actual estado de la UE con los sueños europeístas de los años ochenta y anteriores? La cosa no acaba aquí. Lo que realmente Draghi está pidiendo es que demos un primer paso hacia la pira del TTIP. La Globalización demanda el poder directamente, sin la intermediación de las instituciones políticas y, por supuesto, sin el obstáculo de las constituciones ni otras zarandajas del llamado Estado de Derecho.