
Señalaba el insigne filósofo José Ortega y Gasset que "yo soy yo y mi circunstancia". Hay pocos casos más claros que el de Rodrigo Rato para ilustrarlo. Rato era el deseado de la derecha española, y el "mejor ministro de economía de la democracia" para muchos dirigentes del PP. Ahora, muchos sólo ven en él un presunto delincuente: ¿qué ha pasado?
Rato fue el portavoz parlamentario del Partido Popular en la oposición. Muchos compañeros de esa época dicen que realizó un trabajo brillante. Aún así, el equipo de Aznar y Rato tenía el viento de cola de una sociedad ya cansada de gobiernos del PSOE. Efectivamente, el PP ganó las elecciones de 1996, aunque por mucho menos margen del previsto. Aznar le otorgó a Rato el control casi -absoluto del área económica. El casi tenía nombre y apellido: José Barea se encargó de la recién creada oficina presupuestaria de la Presidencia del Gobierno. Desde allí pilotaría los recortes que permitieron reducir el déficit y entrar en el euro.
El crecimiento económico durante la etapa 1996-2004 fue importante. Sin embargo, muchos de los problemas económicos posteriores se generaron en esa etapa: aquí se inició y creció la burbuja inmobiliaria y crediticia. España cambió la peseta, una moneda débil, por un clon de la moneda más fuerte del mundo -el marco alemán-, el euro. Esto supuso pasar de recibir créditos a 15 años con intereses de dos dígitos, a poder solicitar créditos a 30 años a tipos del 3 por ciento. Esto supuso un incremento del precio de los inmuebles espectacular. Eso siempre lleva una recaudación fiscal extraordinaria. Las rebajas fiscales de esa época no probaban ni la curva de Laffer, ni que el vicepresidente económico fuese un genio, sólo demostraban que estábamos en una burbuja fiscal. Esto era estar en el sitio adecuado en el momento oportuno. Había nacido el mito de Rato.
En su época posterior como director gerente del FMI, esta institución no fue capaz de prever la gran crisis que se avecinaba en la economía mundial. A posteriori, como en el caso anterior, todos somos muy listos, pero entonces muy pocos lo vieron venir. Entre algunos profesionales de la economía, el mito comenzó a tambalearse.
Su etapa en Bankia fue todo lo contrario. Por una parte, las seis cajas que formaron este nuevo banco habían tenido una gestión muy discutible. Por otra, el final de la burbuja inmobiliaria había hecho estragos en los balances de las entidades. Los bancos, y especialmente las cajas, habían financiado con la garantía de unos inmuebles que ahora valían mucho menos. Ahora se dice que Rato y su equipo no fueron buenos gestores. Probablemente, es cierto, pero ni siquiera sabían que tenían que serlo. Cuando Rato llegó a la presidencia de Cajamadrid, nunca una caja había tenido un problema serio de solvencia. La presidencia de una caja no era un empleo, era una bicoca.
Incluso las comparaciones con el equipo posterior están algo sesgadas. No tanto por la cuestión obvia de que los profesionales bancarios suelen dirigir mejor los bancos que los políticos; sino porque no hay que olvidar que Bankia ha podido ser reflotada porque se han inyectado decenas de miles de millones de euros a cargo del contribuyente. No es lo mismo que el Estado aporte decenas de miles de millones de euros que salir al mercado a buscarlo. Si los balances eran mínimamente correctos en esa salida a bolsa es una de las cuestiones judiciales clave de lo que es el caso Bankia: el juicio a toda una época. Ése fue el principio del fin del mito y el inicio de la caída. Esto tiene que ver con el personajes pero también con las circunstancias. Ahora las circunstancias judiciales son difíciles, con el exvicepresidente acusado de varios delitos, parte tienen que ver con el tema Bankia. Todo esto está aún sub-iudice. Sin embargo, hay un hecho que parece claro: Rodrigo Rato, máximo responsable de la economía española y ministro de Hacienda durante cuatro años se acogió a la amnistía fiscal. A este procedimiento sólo se acogen defraudadores, y de media sólo pagaron un 3 por ciento del capital ocultado. Este hecho abochorna ahora a los dirigentes de su antiguo partido, además de a muchos españoles. El fraude es responsabilidad del defraudador, pero las circunstancias de perdonar sanciones, intereses y la mayor parte de lo defraudado no lo son. En eso consistía la amnistía fiscal. Estos hechos están siendo el final definitivo del mito de Rato, y deberían serlo, también, del mito de que las amnistías fiscales sirven para algo más que dañar la conciencia fiscal y la recaudación a medio plazo.