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Siria, la tragedia olvidada: cinco años de lucha y 250.000 muertos, la mitad civiles

La ciudad de Alepo destruida, en Siria. Foto: EFE.

La crisis, Grecia, Rusia, el Estado Islámico, el terrorismo... sobran los problemas en nuestro entorno, pero eso no justifica que olvidemos la tragedia que desde hace cinco años vive Siria y los tumbos que allí da nuestra política, que ha pasado de culpar a Bachir al-Assad de todos los males a convertirle hoy en parte de la solución. Muy atrás parece quedar su comparecencia ante el Tribunal Penal Internacional.

En Siria, las ansias de libertad de un pueblo se ven frustradas por una tiranía que es a la vez familiar (Assad) y tribal (alawitas). La Primavera Árabe ha producido resultados muy dispares aunque predominan los negativos desde Egipto (donde los militares han regresado al poder tras un breve y desastroso paréntesis democrático que los Hermanos Musulmanes no supieron gestionar), al golpe de estado en Yemen y las guerras abiertas en Libia, Irak y Siria, que tienen connotaciones religiosas, ideológicas y tribales. Solo Túnez ofrece un rayo de esperanza que los terroristas quieren apagar.

Quizás sea en Siria donde es mayor el sufrimiento y la destrucción: cinco años de lucha, 250.000 muertos (la mitad civiles), cuatro millones de refugiados en países vecinos, ocho millones de personas obligadas a abandonar sus hogares, una economía arruinada, persecuciones a las minorías étnicas y religiosas como cristianos, drusos y judíos, y pérdida de un 25% del territorio nacional ocupado por el llamado Estado Islámico y su sanguinario Califa.

¿Se podría haber impedido?

Pero una cosa son los deseos y otra las realidades. ¿Podríamos haberlo impedido? En mi opinión eso era algo muy difícil por varias razones. La primera es que los EEUU, recién salidos de Irak y Afganistán, no estaban psicológicamente preparados para asumir el liderazgo de la operación.

La segunda es que con excepción de Francia (que se siente obligada como expotencia colonial), los demás europeos que pueden no estaban por la labor. Quizás Obama se hubiera animado a atacar al régimen de al-Assad si el Parlamento de Westminster no hubiera frenado los ardores belicistas de Cameron negándole autorización para acompañarle. Los demás europeos hablamos y opinamos pero no contamos.

En tercer lugar porque hubiera sido una operación muy complicada: Siria tiene más población y más ejército que Libia y allí costó bastante desalojar a Gaddafi.

En cuarto lugar porque Rusia e Irán apoyan con armas y dinero al régimen alawita y nadie desea enojarles porque eso podría llevarnos a una extensión del conflicto. Además, el apoyo ruso es clave en la negociación nuclear con Irán y el de este país es imprescindible para combatir al Estado Islámico. La diplomacia rusa fue rápida y hábil cuando ofreció retirar todas las armas químicas de Siria y permitió así a Obama salvar la cara e incumplir su compromiso de atacar si se comprobaba su uso (como se comprobó).

En quinto lugar porque la oposición laica a al-Assad siempre estuvo muy dividida, han primado en ella los personalismos, no ofreció nunca un frente unido y al final una buena parte se radicalizó y pasó a estar controlada por Al Qaeda primero y por el Estado Islámico en la actualidad. No estaba claro a quién apoyar y además cabía la posibilidad de que las armas que se entregaran a los rebeldes acabaran en manos de islamistas radicales, como ha ocurrido con los arsenales americanos abandonados por el ejército iraquí cuando salió huyendo de Mosul.

En sexto lugar, ni europeos ni americanos estamos cómodos interviniendo en un conflicto que tiene también un fuerte componente religioso y que es parte de otro más amplio que enfrenta a sunnitas y a chiítas en toda la región de Oriente Medio (los alawitas son una secta chiíta). Por fin, la experiencia de Libia aconseja prudencia antes de intervenir militarmente en ningún sitio, estas cosas se sabe cómo empiezan pero no cómo acaban y toda situación es susceptible de empeorar.

Estos días asistimos a otra vuelta de tuerca en ese complicado rompecabezas: los americanos, que siempre consideraron que al-Assad era parte sustancial del problema y exigían su retirada como paso previo a una solución, ahora piensan que es parte de la solución aunque añadan que no debería permanecer en el poder cuando se logre el acuerdo.

Me temo que con el apoyo que Bachir tiene de Moscú y de Teherán y la necesidad que los americanos tienen de Irán para enfrentar al Estado Islámico, su permanencia en el poder estará en cierto modo condicionada por éxito o el fracaso de las complicadas negociaciones de Ginebra sobre la nuclearización de Irán. La suerte de Bachir y de Siria también se juegan en ese foro. Es muy frustrante.

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