
El Debate sobre el Estado de la Nación debería ser el momento en el que las fuerzas políticas plantearan los puntos esenciales de la vida del país: ¿Cuál debe ser el proyecto estratégico de España que nos convierta en una sociedad competitiva, capaz de vivir con éxito en un mundo en el que el valor añadido, esto es, la investigación y desarrollo, sean los ejes fundamentales?
¿Y en consecuencia, cuál sería el escenario educativo más allá de planes de estudios adánicos donde cada gobierno es paridor del suyo propio y destructor del ajeno? ¿Y cómo hacer frente a la tragedia de nuestra sociedad de exclusión con un segmento poblacional incluido, otro semejante en permanente precariedad y otro de menor tamaño extramuros del sistema sobreviviendo entre ayudas y puntuales y miserables trabajos temporales y mal pagados? España no es un abstruso, sino sus ciudadanos.
Pero somos una España desvertebrada donde el 1% por ciento de la población posee el 27% de su riqueza y otro 9% el 28,6%... mientras que un 10% posee el 4,3%, otro 10% el 3,1% y, escalón final, ¡el 30% debe repartirse el 2,3%! La mitad de los españoles disfruta del 9,7% de la riqueza. Es la brutal realidad de la sociedad de exclusión.
Pues bien, en lugar de ello, unos y otros se han tirado a la cara sus certezas e incertezas. Nadie escuchó. Nada se propuso. Todo fueron contradicciones sin reconocer ni un milímetro de razón al adverso convertido en el otro. Porque el objetivo fue la obtención del poder que no el uso del poder en beneficio de la sociedad. Para lo que hace falta altura de miras y comprensión del oponente.
Estableciendo que lo esencial es en momentos como el presente alcanzar consensos estratégicos. Fue el rebate, no el debate. Es pedir demasiado a nuestros decrépitos partidos que demostraron descarnadamente, una vez más, lo que son. ¿Y aún se asombran de la inusitada fuerza de los nuevos partidos?