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Europa: entre la política y la economía

El mundo desarrollado, y muy especialmente Europa, camina entre dos aguas: una economía de corte tecnocrático que se mueve entre recetas que no surten los efectos esperados, y una acción política alejada de la sociedad que representa, que alimenta los regímenes nacionalistas o populistas ante la desafección que producen los partidos mayoritarios.

En este escenario, la economía ha perdido su función primitiva de estudiar las causas de bienestar social y llevarlas a la práctica. De ahí que los fracasos continuados, el desorbitante desempleo juvenil, las desigualdades crecientes, y la asfixiante corrupción, tengan la lógica consecuencia de nuevos modelos de partidos anti-sistema y una perdida de credibilidad en esa Europa que, se supone, devolverá el bienestar perdido.

Todo esto explicaría cómo partidos antieuropeos o nacionalistas extremos han crecido últimamente de forma explosiva. Ahí está, por ejemplo, el caso de Francia, que ya apunta a Marine Le Pen como la próxima presidenta según múltiples encuestas. O cómo conglomerados políticos como Podemos van abriéndose camino para quedarse. No en una posición marginal, sino con una buena representación en el próximo Parlamento. Por no referirnos al caso de Cataluña, donde la desafección hacia lo español va más allá que la simple manipulación política de los actuales dirigentes catalanes. Los hay que piensan que una mejora económica cambiará estas percepciones. Y los hay también que sugieren que la pérdida de mayorías absolutas siempre beneficiará al más votado; pues el votante, al final, rechazará aventuras desconocidas.

Nada más lejos de la realidad: Marine Le Pen ha llegado para quedarse, al igual que Podemos. Y el problema de Cataluña no será el 9N, sino que mostrará toda su realidad a partir del 10N. En este escenario, surge además el desbarajuste europeo. O por decirlo de otro modo: los choques constantes entre Bruselas y los países miembros, con el BCE y el Bundesbank como especiales protagonistas. Ahí estaría el caso francés, cuyo avance de presupuestos para 2015 tiene ya el rechazo antes de presentarse oficialmente.

Francia, con un Gobierno a la deriva, y un presidente en sus más bajas cotas de popularidad, no puede asumir el coste donde le llevaría una política económica aún más restrictiva. De ahí que abogue por retrasar hasta 2017 el logro de un déficit del 3% del PIB. Un nuevo cambio de escenario que, dada su situación de desempleo, su estancamiento económico y su creciente gasto público, limita al país vecino a realizar el prometido ajuste del 0,8 por ciento de déficit en 2014, sugiriendo un aterrizaje más plano del 0,1% este año y un 0,2% en el próximo. Lo que le llevaría, de acuerdo con las previsiones de su Ministro de Finanzas, Michel Sapin, a un déficit del 4,3% en 2014.

Todo ello en una Europa donde el FMI apunta a un tímido crecimiento del 0,8% en 2014, para alcanzar el 1,3 en 2015. Contando con un escenario global, donde aumentan las dificultades de Japón, Brasil o Rusia. Un escenario en el que España aparece como el mejor alumno de la clase, eso sí, con un paro superior al 23% y una deuda ya por encima del PIB, manteniendo un escandaloso desempleo juvenil que alimentará los votos de los partidos nacionalistas y populistas.

En este contexto conviene mirar al BCE y sus conflictos con el Bundesbank. Un sorprendente toma y daca, donde los estímulos que se anuncian desde BCE son rechazados casi inmediatamente desde el lado alemán. Ahí está por ejemplo ese programa de nuevo QE (Quantitative Easing) que pretende incrementar el balance del BCE para volver al número que tenía en 2012, un estímulo de un billón de euros que pretende depreciar el euro para alimentar la capacidad exportadora. Lo que se haría comprando crédito del sector privado, además de jugar con los tipos de interés o de los depósitos, como ya se ha hecho. Un instrumento financiero conocido como ABS (Asset-Backed Security) en un mercado como el europeo que no es muy relevante en este sentido, ya que sólo suma unos pocos cientos de miles de millones de euros. Mientras que el Bundesbank sigue apostando por inyectar financiación a la banca europea, que, sorprendentemente, y en líneas generales, disfruta ya de bastante liquidez.

Una liquidez que no llega al mercado sino en cuenta gotas y a tipos de interés muy elevados. Basta ver como muchas pymes en España logran crédito con enormes dificultades y a tipos de interés del orden del siete por ciento. Una situación que viene, de alguna manera, avalada por el propio Secretario de Estado, director de la oficina económica de Moncloa, que asegura que el crédito ha de llegar a los empresarios "con buenas ideas". Un término económico de difícil valoración. En este contexto, puede pasar cualquier cosa. Y es que el futuro no deja de ser un arcano indescifrable. Lo que sí parece claro es que ese futuro sólo será mejor si el espacio político se reduce y el peso de los Estados disminuye. Sólo el protagonismo de una sociedad civil activa, informada y ágil, será la verdadera garantía de futuro.

Eduardo Olier, profesor del instituto Choiseul España.

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