
Justo antes de tomarse unos días de descanso, el presidente de Gobierno, Mariano Rajoy, declaraba a la prensa que 2014 es "el año de la recuperación" de nuestra economía y que, a la luz de los datos del primer semestre, la misma es "firme y cada vez más intensa".
Aunque admitía que aún queda mucho recorrido y que todavía no se perciben con vigor los efectos de ese cambio económico en todos los ciudadanos, el presidente evidenciaba cierto entusiasmo o triunfalismo sobre los resultados de su política económica que, añadía, se han logrado además "sin dejar desguarnecidos a los más débiles". Se refería al gasto social, es decir, las pensiones y prestaciones sociales, la protección del desempleo, educación, sanidad, etc., pero, incluso en esa acepción, estaría más que por ver que no se haya dejado "desguarnecido" a alguien y no me resulta muy adecuado, cuando los verdaderos débiles son quienes se quedan sin trabajo y no pueden, pese a sus esfuerzos verdaderos, que incluyen reconversiones personales o de su capital humano y búsqueda activa, retornar al mercado laboral.
Ayudar al mercado laboral
La primera política social es eliminar los muchos obstáculos, la mayoría institucionales, que padecen nuestros mercados laborales para su acceso. Y, aunque el Gobierno presume de haber acometido una importante reforma laboral, que lo es sin duda, si bien apenas ha entrado en el fondo de dichos obstáculos, también ha realizado políticas muy contrarias a la creación de empleo, como las subidas de impuestos y la compleja y desigual legislación (excepcionalidades) en todo lo tocante a los costes de contratación de trabajadores.
Y, de nuevo, aunque se argumente que el Gobierno acaba de anunciar un retoque, que no reforma, de impuestos para 2015, a medida que vamos conociendo más de tales cambios contemplamos cómo su objetivo es minimizar cualquier impacto sobre la recaudación y procurar retroceder lo menos posible en las subidas de impuestos acometidas nada más llegar al poder, ya que el gasto de las administraciones no está previsto que se controle, reduzca o elimine en muchas partidas, incluidas las mencionadas de gastos sociales cuya financiación y responsabilidad debieran pasar más a manos de las personas.
Pero, a pesar de que el Gobierno fía lo que queda de legislatura a la recuperación económica, tanto para recaudar y así reducir el déficit como para crear empleo y reducir el paro y presentar ambos logros de cara a los diversos comicios en curso, lo más problemático es el armazón o patrón de nuestro crecimiento económico, que parece no mostrar todos los componentes de robustez que se esperaban o exigían de una economía que creció en el pasado, y mucho, con elementos muy frágiles y equivocados, que sirvieron de catalizadores para la crisis de 2007, explicando las características peculiares (virulencia) que la misma ha tenido en nuestra economía.
Ciertamente, tanto las cifras como las proyecciones anuncian una recuperación del PIB y del empleo mayor de lo que inicialmente se predijo para este año y el que viene. Tanto es así, que el Gobierno reconoce haberse quedado corto y realizará una revisión al alza de sus previsiones, que mantendrá la prudencia. Sin ésta, el crecimiento del PIB en 2014 podría situarse próximo al 2 por ciento, lo que animaría mucho el empleo, y sobre el 2,5 por ciento o más en 2015. Pero hay muchos factores que pueden estropear tanto optimismo o entusiasmo, entre los que se encuentran los externos, como las sacudidas geopolíticas que afectan a la UE o los problemas económicos y el languideciente crecimiento de otros muchos países, especialmente los próximos.
Internamente, lo peor es que podemos estar reproduciendo -aún está por ver- el mismo patrón de crecimiento que nos llevó al desastre: gasto y endeudamiento tirando del PIB. Lo idóneo, y como de verdad funciona la economía sin artificios intervencionistas, es que la producción, el PIB, tire del consumo y la inversión y no al revés. Pero los repuntes en la tasa de crecimiento del consumo y de la confianza de los consumidores (que afianza su fortaleza); el retorno al alza de la deuda de las familias, aunque la de las empresas mantiene el buen camino de la reducción (añade problemas y leña al fuego el endeudamiento público); la caída de la tasa de ahorro de la economía y el parón en las mejoras de productividad; el cambio de comportamiento y tendencia en las exportaciones (las importaciones es lógico que aumenten si se crece), con el consiguiente endeudamiento externo, y una inversión que repunta pero que no termina de despegar, son todos ellos señales de que nuestro crecimiento no termina de fundamentarse en el ahorro, la responsabilidad, la liquidación y reducción de nuestro enorme endeudamiento, el incremento de la productividad, elevadas cotas de eficiencia y la exhibición de una mayor confianza y fortaleza que anime y convenza a los inversores, incluidos cada uno de nosotros mismos que también debemos invertir en nuestro capital humano.
Fernando Méndez Ibisate, Universidad Complutense de Madrid.