
Hay que mirar atrás a veces para imaginar el futuro. El crecimiento económico experimentado durante una década, entre 1995 y 2005, mostraba algunas debilidades y, a mediados de 2007, la economía española inició una desaceleración progresiva que, como consecuencia inmediata, hizo que el mercado de trabajo reaccionara con una reducción de la tasa de empleo que afectó con mayor intensidad a los trabajadores con contratos temporales.
La corrección de los desequilibrios generados en el periodo de expansión y el aumento del desempleo tuvieron que abordarse, además, en plena crisis financiera internacional y la pérdida de puestos de trabajo fue, solo en ese año, casi equivalente al aumento del empleo acumulado durante toda la fase precedente de diez años de fuerte expansión económica.
Hay que crecer mucho para generar empleo
Así que lo que se creció en diez años en términos de aumento del empleo, se perdió en doce meses de desaceleración. Esto significa que España necesitaba crecer mucho para generar un aumento menos que proporcional del empleo, mientras que una desaceleración, ni siquiera una crisis profunda, generaba una destrucción de puestos de trabajo mucho más que proporcional. Cuando ésta llegó finalmente, con la severidad que conocemos, el incremento del paro alcanzó cifras nunca vistas hasta entonces. El problema era, desde luego, la legislación laboral, un sistema de relaciones laborales incapaz de traducir a empleo el crecimiento económico que exigía mucho para crear empleo y necesitaba muy poco para destruirlo.
Ahora, las noticias sobre la evolución de los indicadores económicos parecen mantenerse en un plano indefinido entre el optimismo y la cautela. Pero es evidente que hay cambio de perspectiva, aún insuficiente, todavía lento. La cuestión es cuándo los indicios de crecimiento serán capaces de generar mayor consumo, mayor recaudación fiscal y más empleo.
Hay un cierto optimismo muy discreto sobre la posibilidad de que pueda crearse empleo con niveles de crecimiento relativamente bajos o, al menos, con tasas de crecimiento menores de las que eran precisas antes de la crisis, precisamente como consecuencia de la reforma laboral. Y eso es ahora muy posible. Los efectos de la reforma laboral pueden hacer que la tasa de empleo aumente, aunque se produzcan incrementos del PIB menores del 1 por cien. La presión sobre el poder adquisitivo de activos y pensionistas, el crecimiento lento del PIB y la falta de crédito de las pymes componen el triángulo de las Bermudas en el que todavía pueden perderse las esperanzas. Es cierto que el crecimiento no superará el 1% hasta pasado el 2014. Ni siquiera en las previsiones del Gobierno. Pero con esa cifra no es descartable que el empleo crezca, mejor dicho, que se cree empleo, en el segundo semestre del año próximo, dentro del nuevo marco regulador de relaciones laborales surgido de la reforma laboral.
Juan Carlos Arce, profesor de Derecho del Trabajo y Seguridad Social.