
Hace un año la presidenta argentina Cristina Fernández decidió expoliar YPF a Repsol. La razón fue que los españoles habían descubierto en Vaca Muerta unas enormes reservas de gas y petróleo no convencionales. La codicia cegó a un parlamento que lo aprobó prácticamente por unanimidad sin fijar ninguna indemnización. Aquella decisión no sorprendió a nadie. La historia del petróleo siempre ha estado ligada a la codicia humana, como manifestó Paul Thomas Anderson en su película There Will Be Blood (2007).
La clase política argentina no cayó en la cuenta que hay algo más valioso que tener oro negro como es tener crédito. Una nación sin crédito no puede desarrollarse, por muy rica que sea. En el mundo hay muchas Vacas Muertas, todos los países con petróleo tienen rocas madre que explotar. Lo que no hay es capital. Por eso se ha desatado una enorme competencia para obtener inversiones, y quienes las logran son quienes más seguridad jurídica ofrecen.
Como dice mi amigo Joaquín Almunia, "los mercado se mueven con la velocidad de una gacela y con la memoria del elefante". En la última década, Argentina ha deteriorado su credibilidad internacional. Como ejemplo: en junio del 2002 el presidente uruguayo, Jorge Batlle afirmó por televisión cuando creía que nadie le escuchaba: "Todos los argentinos son una manga de ladrones".
Lo decía el presidente de un país amigo. Decía lo que todos pensaban, pero los argentinos siguieron sin tomar nota, especialmente desde la llegada de los Kirchner al poder. No todos los argentinos son unos ladrones, al contrario. La mayor parte de los argentinos que conozco son excelentes personas, pero tienen que soportar a una clase dirigente que cree que solo con envolverse en la bandera nacional es suficiente para resolver los problemas de su país. Como dijo el poeta inglés Samuel Johnson "el patriotismo es el último refugio de los canallas".
Mariano Guindal. Periodista económico.