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El empleo no aguanta más ajustes

Los casi seis millones de parados según la EPA del último trimestre de 2012, lo que representaba más del 26% de la población activa, configuran una situación excepcional sin paliativos que encierra un dramatismo que con razón se ha comparado con el de la República de Weimar, en la Alemania anterior a la Segunda Guerra Mundial, o con el de la Gran Depresión norteamericana.

Las cifras de desempleo juvenil, que rebasa el 55%, han merecido palabras de atribulada comprensión de líderes como Angela Merkel, que no han ocultado su asombrada consternación ante unas cifras que condenan al ostracismo o a la emigración a una generación entera de españoles.

Asimismo, los datos del desempleo en enero han merecido la atención de los especialistas por su gravedad. Los expertos de Economistas frente a la crisis, en un análisis a vuelapluma titulado La situación del empleo se agrava y exige un cambio completo en las prioridades de la política económica, ponen la mirada en la caída de afiliación de la Seguridad Social en el mes, que supera las 260.000 personas; una cifra que, corregida con los efectos estacionales, revela un deterioro mucho mayor este año que en los anteriores. También detecta el análisis que ya se han alcanzado los tres millones de empleos destruidos desde el arranque de la crisis y la fuerte caída de la población activa, ya que los parados no se inscriben en las oficinas públicas de empleo porque no creen que por este medio vayan a encontrar trabajo. En otro artículo del mismo grupo de economistas, firmado por Jorge Vázquez Lidoy, se demuestra empíricamente que la reforma laboral de 2012 ha acelerado objetivamente la destrucción de empleo, por lo que no tienen sentido las declaraciones de la ministra del ramo en dirección contraria. Finalmente, David Taguas, en una nota de análisis económico para la Universidad Camilo José Cela, hace también hincapié en el desplome de la población activa, prevé la destrucción de 415.000 puestos de trabajo en 2013 y pronostica una tasa de paro del 28% en el primer trimestre de 2014. Se ha utilizado ya estos días el argumento de la banalidad del mal, concepto acuñado por Hannah Arendt, para explicar la relativa trivialización de los efectos de la crisis: el constante roce con realidades cada vez más ingratas nos impide percibir su extrema gravedad. Esto es lo que ocurre hoy con la situación socioeconómica española, donde el paso del tiempo incrementa la cantidad de parados de larga duración sin subsidio alguno, el número de familias con todos sus miembros en paro (ya pasan de 1,8 millones), la cantidad de personas que se decaen desde su anterior estatus de clase media para caer en la indigencia. Por añadidura, el espectáculo denigrante de una corrupción desenfrenada en todos los ámbitos políticos intensifica la percepción de que estamos asistiendo a un drama explosivo, al borde del estallido social.

Lo cierto es que, llegados a este punto, resulta muy difícil admitir que el principal objetivo de este país es, puede seguir siendo, la contención y reducción del déficit público, como requisito sine qua non para salir de la crisis. El camino recorrido hasta aquí era inexorable y la caída brutal de la actividad, con la consiguiente destrucción de empleo, se ha debido, en gran parte, al sacrificio realizado para recuperar el equilibrio perdido, pero, una vez invertidas las tendencias, la única idea defendible es que hoy hay que acumular todos los esfuerzos en la dirección del empleo, en la redención de la ciudadanía postergada y privada de los principales elementos de su autorrealización personal.

Rajoy ha modulado en los últimos tiempos su discurso, obsesionado con el ajuste, para comenzar a postular la necesidad de poner en marcha políticas de crecimiento, y ha llegado a plantear a Merkel la necesidad de que los países sanos encabecen la recuperación de Europa mediante políticas expansivas que contengan la recesión del Eurogrupo, activen la demanda y animen el sector exterior español. Pero a este discurso racional e inobjetable le faltan el énfasis y la dramatización. No estamos ante un dilema -expansión o recortes-, sino ante una emergencia inocultable e inalienable: la resistencia de este país ha llegado al límite y hay que volcar todo el esfuerzo hacia la actividad y el empleo, aunque tardemos más tiempo, el que haga falta, para converger con Europa.

Antonio Papell, periodista.

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