Los pueblos cada cierto tiempo deciden suicidarse y esto es lo que nos puede ocurrir a los españoles. Eso es exactamente lo que ocurriría si se celebrase un referéndum y Cataluña proclamase la independencia, como desea la mayoría de sus ciudadanos en estos momentos. Para los catalanes el modelo a seguir es Quebec, que estuvo a punto de lograr pacíficamente la independencia el 30 de octubre de 1995. La opción soberanista no ganó por sólo 60.000 votos.
Muchos de los que votaron por el sí no eran conscientes de lo que estaban votando. De hecho, muchos catalanes lo que realmente buscan es que Madrid les dé un trato diferente. Piensan que España es un lujo que no pueden permitirse en estos momentos y que si dejasen de ser contribuyentes netos a las arcas del Estado, no sería necesario sufrir nuevos recortes, ni tendrían que pedir dinero prestado para pagar la nómina a sus funcionarios.
Sin embargo, las cosas no son tan fáciles. Como me comenta mi amigo Alberto Sánchez, cuando Quebec planteó su separación asumió que tendría que quedarse con la parte alícuota de la deuda que tenía Canadá. Como esta cuantía se determina de acuerdo con el PIB, a Cataluña le correspondería un 20 por ciento de la deuda española. Esto supone unos 180.000 millones de euros, a los que habría que añadir la propia deuda regional, que son otros 42.000 millones.
Es decir, la República de Catalunya nacería con una deuda aproximada de 222.000 millones de euros, que es muy superior a la que tiene Grecia. Una situación menos heroica de la que planteó George Templeton en Quebec (1951), en la que narra la rebelión de los patriotas. Y dado que no estamos para aventuras, me quedo con el magnífico libro de Anabel Abril Catalanes en Madrid, donde nos descubre a través de su cámara fotográfica 50 miradas desde la Gran Vía y nos brinda una nueva perspectiva de la gran ciudad.
Mariano Guindal. Periodista Económico.