Nuestro ejército ha sido reconvertido por el buenismo de nuestro presidente en una beatífica ONG para dar de comer al hambriento, de beber al sediento y posada al peregrino. El mejor ejemplo es el grotesco espectáculo que estamos dando en la guerra contra Gadafi.
En esta guerra, nuestra contribución es una broma pesada para los que realmente actúan, llevan la verdad y el peso de las operaciones.
Fuerzas navales españolas patrullan un mar en donde nada sucede. Y nuestros aviones de combate patrullan/pasean los cielos del Golfo de Sirte "implementando la prohibición de vuelos"? cuando no queda nada que pueda volar.
Cuando vuelan las balas y la realidad sobre el terreno se impone a golpe de cañonazo, matando y muriendo, la "participación" no es cuestión de pose, de metafísica política.
Nuestros aviones tienen prohibido realizar cualquier ataque sobre objetivos terrestres, cuando el único objetivo militar del conflicto es precisamente éste: las comunicaciones, los depósitos, las columnas militares gaddafistas.
Por ello, quienes verdaderamente hacen la guerra (Gran Bretaña, Francia y anteriormente Estados Unidos) exigen algo más que palabras a sus aliados: que participen con efectividad y no con apariencias. Que se involucren, que bombardeen como ellos hacen. Como la realidad exige.
Y una personal mención: nuestro Gobierno fue informado del envío de armas y su ruta a los rebeldes tuareg (a Al-Qaeda) ¡¡15 días antes de que lo denunciara el Gobierno argelino!! Y en España se encuentra el comandante chadiano que aplastó a las tropas libias, creándoles 4.000 bajas y destruyéndoles 900 tanques. Quien conoce sus mandos y sus tácticas. De unos y de otros.
¿Creen ustedes que ha realizado el elemental acto de contactarle, de recoger su experiencia? ¿O que haya actuado para interrumpir el suministro de armas a los terroristas?
En ocasiones el que esto les escribe tiene la amarga sensación de ser un perfecto imbécil. Que seguramente es.
Javier Nart es abogado.