
Este sábado Informalia fue privilegiado testigo de un hecho incontestable y de un concierto inconmensurable: la banda australiana llenó el estadio del Atlético de Madrid (no me acostumbro a esas banderas gigantes) con un repertorio sin concesiones y demostró que el tiempo puede pasar, pero los riffs no envejecen.
Hay noches que no necesitan explicación, solo vivencia. Y lo que ocurrió este sábado en el Estadio Metropolitano fue exactamente eso: un ritual eléctrico de dos horas largas en las que AC/DC volvió a recordar al mundo por qué sigue siendo una de las bandas más poderosas sobre un escenario. No importan las arrugas ni el paso del tiempo: la electricidad, si es de la buena, no caduca.
A las 21:45, tras una espera impaciente y algunos silbidos nerviosos, las luces se apagaron y los primeros acordes de If You Want Blood (You've Got It) sacudieron el estadio como un trueno. Desde ese momento, el Metropolitano dejó de ser un estadio de fútbol para convertirse en una gigantesca catedral del rock, donde los rezos son riffs y los himnos se gritan a pleno pulmón. Con los primeros acordes retumbaron en el Estadio Metropolitano, quedó claro que AC/DC no venía a hacer turismo. Venían, como siempre, a arrollar. La banda, que ya lleva meses recorriendo estadios, hizo escala en Madrid con un espectáculo que dejó claro por qué sigue llenando recintos a pesar de llevar medio siglo al pie del cañón.

Un show sin concesiones
Con la gira Power Up, AC/DC ofrece exactamente lo que promete: un repaso sin descanso a todos los clásicos que cualquier fan espera escuchar. Es un show sin rodeos ni inventos. Aquí no hay baladas ni pausas: hay electricidad, fuego, campanas gigantes y guitarras que muerden.
Angus Young, con su uniforme escolar de siempre, volvió a ser el motor absoluto del espectáculo. Corre, salta, se arrastra por el suelo y convierte cada solo de guitarra en un exorcismo rockero. A sus más de 70 años, parece tener un pacto con algún Dios travieso del rock que no le permite envejecer. La imagen de Angus Young, ya septuagenario, corriendo por el escenario con su clásico uniforme de colegial sigue siendo un enigma de la física. Su solo de guitarra durante Let There Be Rock duró más de un cuarto de hora, mientras una plataforma lo elevaba en medio del estadio. Ni rastro de agotamiento, salvo en la camiseta empapada. Los fans coreaban su nombre mientras él se dejaba las manos recorriendo el mástil de su Gibson SG.

Brian Johnson, que regresó hace unos años tras superar sus problemas auditivos, demostró que todavía puede romper el cielo con su voz rasgada. Aunque en algunos momentos la guitarra de Angus tapó las primeras estrofas, eso no fue obstáculo para que el público cantara cada palabra, como si les fuera la vida en ello. Johnson, con su inseparable gorra de visera y esa voz rasposa de lija, saludó al público tras el segundo tema: "¡Madrid, esto es rock and roll!". A partir de ahí, no hubo tregua. El show fue un repaso encadenado a los grandes éxitos del grupo.
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Un público de todas las generaciones
En las gradas, el público era un mosaico curioso: familias enteras, parejas jóvenes, veteranos con camisetas descoloridas y adolescentes con los cuernos rojos parpadeando en la cabeza.
La banda estadounidense The Pretty Reckless, liderada por Taylor Momsen, fue la encargada de abrir la noche. Hicieron un show correcto, pero el público estaba allí por otras razones. Los aplausos educados dieron paso al rugido real cuando apareció AC/DC. No es fácil competir con el mito.
Los clásicos nunca fallan
El repertorio fue un desfile de himnos. Back in Black, Thunderstruck, Hells Bells (con campana gigante incluida) y, cómo no, Highway to Hell, con llamaradas saliendo del escenario cada vez que Brian Johnson gritaba el estribillo. Cada acorde es ya parte de la memoria colectiva.
El clímax llegó cuando Angus se quedó solo en el escenario para ejecutar un solo de guitarra de más de diez minutos, subido en una plataforma que lo elevó por encima del estadio mientras el público miraba hacia arriba, como si contemplara a un dios menor del rock haciendo su último milagro.
¿Despedida o eterno regreso?
Muchos se preguntan si esta será la última gran gira de AC/DC. Ellos no lo confirman, pero tampoco lo desmienten. Lo cierto es que el concierto de anoche en Madrid fue una celebración de todo lo que representa la banda: volumen, energía, transgresión y diversión sin culpa. Y, como decía una pancarta que se alzó entre el público, "La electricidad no se jubila".
Cuando los cañones dispararon al aire durante For Those About to Rock (We Salute You), el mensaje fue claro: el rock no muere, simplemente cambia de forma, pero algunas leyendas permanecen intactas. ¿La buena noticia? El miércoles volvemos.