
Aunque no hiciera nada más en la vida, algunos de quienes peinamos canas podríamos perdonarle casi cualquier cosa a Enrique Ortiz de Landázuri Izarduy (Zaragoza, 11 de agosto de 1967), más conocido como Enrique Bunbury, por todo lo que nos dio como vocalista de Héroes del Silencio.
Solo con El extranjero, Apuesta por el rock 'n roll, El solitario o incluso aquella versión del Frente a frente (que inmortalizó Janette), o sus colaboraciones con Tulsa o Ara Malikian.
Si Alfred Hitchcock solo hubiera hecho Psicosis y La Ventana Indiscreta o Billy Wilder solo hubiera rodado Con Faldas y a lo loco bastaría para tenerlos como maestros indiscutibles del cine. Pues Bumbury, con o sin Héroes del silencio, grupo que se desvaneció hace 30 años, es junto con Buñuel un aragonés legendario. Pero es que encima el cantante, compositor y músico zaragozano sigue vivo y activo. Enrique Bunbury ha dejado claro en varias entrevistas que con Cuentas pendientes quiere dar un paso consciente lejos del rock. Y aunque la intención está ahí, el resultado revela que ciertos hábitos son difíciles de abandonar. El disco se presenta como un intento de desmarcarse del sonido eléctrico y potente que ha caracterizado buena parte de su carrera, pero incluso en sus formas más acústicas, la esencia de Bunbury sigue sonando inevitablemente rock.
Este nuevo trabajo recuerda, inevitablemente, a dos de sus discos más singulares: Pequeño (1999) y Licenciado Cantinas (2011). Hay quienes ya se atreven a ver en Cuentas pendientes una suerte de tercera pieza que completa una trilogía no oficial, unida más por espíritu y estética que por continuidad sonora. Este nuevo álbum no tiene nada de paso en falso: muestra a un artista que sabe exactamente lo que quiere hacer y cómo llevarlo a cabo.
El regreso a una instrumentación más orgánica es uno de los grandes aciertos del disco. Guitarras suaves, una batería sin alardes pero precisa, y un contrabajo que le da cuerpo y textura a las canciones. También hay un sutil desfile de influencias latinoamericanas -tangos, rancheras, guarachas- que ya habíamos escuchado en su repertorio anterior, pero que aquí suenan más integradas, más naturales.
"Para llegar hasta aquí", el sencillo elegido, funciona como una carta de presentación decente, aunque no alcanza la profundidad de otras piezas del álbum. Temas como "Serpiente", "Como una sombra" o "Te puedes a todo acostumbrar" destacan por su lirismo oscuro y su capacidad para crear una atmósfera. Bunbury sigue escribiendo con ese estilo tan suyo que mezcla verso libre y rima sin esfuerzo aparente, y lo hace sin perder identidad ni fuerza expresiva.
Volver a escuchar a Ramón Gacías en la batería y a Jorge Rebenaque al acordeón aporta un aire familiar, casi de reencuentro con la banda que ha sabido acompañar al aragonés en sus proyectos más arriesgados. La producción, a cargo de Gacías y el propio Bunbury, redondea un trabajo elegante y sobrio.
¿Lo negativo? Tal vez el número de canciones, que se queda en diez, deje con ganas de más.
Cuentas pendientes no es un disco revolucionario, pero sí es una obra honesta, cuidada y coherente con el momento artístico de su autor. Bunbury no necesita reafirmarse como músico: se permite explorar, desviarse y regresar cuando quiere. Y aunque huya del rock, nunca se va del todo. Porque al final, como suele decirse, la cabra siempre tira al monte. Bienvenido aunque solo sea como excusa - recordatorio para volver a escuchar El extranjero, Apuesta por el rock 'n roll o El solitario.