Evasión

Descubrimos Tribeca Bistro en pleno centro de Madrid, un espacio en el que disfrutar de una cocina honesta muy bien ejecutada

Inaugurado hace apenas unos meses a escasos metros de Cibeles y de la Puerta de Alcalá, en el 5 de Marqués del Duero, Tribeca (tribecabistromadrid.com) ya está dando que hablar al tratarse de un concepto que recupera la cocina clásica. Y lo hace sin artificios desde un espacio animado y cosmopolita con guiños al bullicio vibrante de los bistrós neoyorquinos y con una filosofía, que apuesta por el sabor, el buen servicio y el disfrute sin pretensiones. El proyecto es el sueño de Diego Santa Rosa, formado en la escuela de Luis Irizar, quien trabajó en 887, Casa Urola y Aitana, entre otras casas. A su lado, están Diego Amigo y el chef catalán Pepe Catà, de 28 años.

¿Por qué el nombre?

Cuentan que en el barrio neoyorquino de Tribeca abundan los bistrós que reinterpretan la cocina europea con desenfado y respeto. Por eso, Diego ha querido replicar ese espíritu a partir de platos clásicos preparados con mimo y rigor técnico, pero debidamente actualizados y presentados en un entorno vibrante. Y es que, pese a la elegancia que se respira en cada detalle (decoración, vajilla, emplatados en sala) y aunque el recetario burgués marca la identidad de la casa, este es un lugar pensado para todos los días y para todos los públicos, porque el precio medio ronda los 45-50 euros. ¿Lo mejor? Cuenta con un menú del día por 17,50, y, además, toda la carta está concebida para compartir.

Para abrir boca, probamos el tartar de gamba con salsa americana, con puro sabor a mar para compartir y así continuar con la ostra Rockefeller, una reinterpretación de un clásico de Nueva Orleans. Nos gustó el tomate feo de Tudela aliñado tanto como el sashimi de lubina con vinagreta de naranja sanguina y pomelo y los puerros con romesco. Repetimos, lo suyo es compartir varias raciones, porque el steak tartar, picado al momento y con un sutil toque de chipotle es una delicia, lo mismo que los mejillones a la marinera, servidos al estilo belga, con patatas fritas.

Como platos fuertes, la hamburguesa Café de París, servida en pan brioche y bañada en la mítica salsa de mantequilla especiada, es una opción idónea para todo amante de la buena carne, lo mismo que la costilla glaseada con demi-glace y puré de apio nabo, la chuleta de cerdo empanada, inspirada en la cotoletta alla milanese, pero más gruesa y jugosa, y el roast beef con parmentier sedoso y tres salsas. Entre los pescados, destaca el lenguado meunière, fresquísimo, perfectamente ejecutado y terminado en sala con mantequilla avellanada y perejil. De postre, la mousse de chocolate, suave, esponjosa, con un chorro de aceite de oliva virgen extra y escamas de sal, el soufflé Alaska, el baba al ron o el lemon pie.

El jefe de sala, Javier Utrera, de 27 años, es también una pieza clave del proyecto. Su filosofía es clara: hacer que la gente se sienta bien y vuelva: "Si el cliente se va feliz y con una sonrisa, es que lo hemos conseguido", afirma al tiempo que insiste en que "queremos conocer a nuestros clientes, saber cómo se llaman, qué les gusta y qué mesa prefieren".

El restaurante está estructurado en dos plantas. Abajo, mesas corridas, otras altas y un bullicio alegre que no molesta. En la parte de arriba, un comedor con una decoración de Néstor Marcos con materiales nobles y detalles sutiles, que crean una atmósfera acogedora y funcional. Asimismo, una "playlist" pone ritmo durante todo el día y sube el tono por la noche, así que resulta ser el destino idóneo para tomar un cóctel a cualquier hora.

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