
Hace un par de años, se hizo viral la 'receta' del postre preferido de Dua Lipa: helado de vainilla, chorrito de aceite de oliva y sal. Lo podemos convertir en metáfora y explicar con estos ingredientes lo que ha sido el último concierto de la cantante en Londres -hizo dos noches este fin de semana- si no fuera por los 30 grados de temperatura que pusieron el Wembley Stadium a punto de ebullición. Pero, volviendo al helado, esa mezcla de diva que responde a los cánones clásicos del género, mezclado con su toque mediterráneo y un punch exótico y diferenciador es el combo que desató la apoteosis total en el estadio más mítico de Inglaterra.
Un show de Dua Lipa no tiene la espectacularidad desmedida de Beyoncé -un concepto mucho más armado y, sobre todo, unos recursos infinitos-, pero el mensaje de la artista albanobritánica llega por la vía de la conexión. El vínculo que crea con el público es dinamita pura durante las dos horas exactas de show, desde End of an Era, Break my Heart y One Kiss, hasta el delirio final de Be the One, New Rules, Dance The Night, Don't Start Now y Houdini. Pero también con These Walls, María o IDGAF, una canción que incluyó solo en Londres en la parte más íntima del concierto, cuando se luce desde la pastilla de la pasarela.
Dua Lipa apareció con cinco looks, entre otros, diseños de Gaultier, Valentino y Chanel. Este último, inspirado en una de las creaciones más icónicas de Karl Lagerfeld, muy similar al vestido negro con cadenas doradas que lleva Penélope Cruz en Los abrazos rotos. El sábado invitó al escenario a Charli XCX con quien cantó 360, el segundo single de Brat. El viernes, en su primera noche en Wembley, recibió a Kay Jay, de Jamiroquai, con quien cantó Virtual Insanity. ¿Era demasiado que Dua Lipa llamase al escenario a Elton John para cantar Cold Heart? Parece que sí, por mucho que fuera su gran noche en Londres, la ciudad del mito de la música y también el lugar donde Dua Lipa nació en 1995, poco después de que sus padres emigrasen desde Kosovo.
El objetivo de Dua Lipa es contagiar a su gente el Radical Optimism de su gira. No hace falta hacer muchos méritos cuando juegas en casa y el público -70.000 personas- está entregado a la causa, pero la cantante, por si acaso, fue con todo: voz impecable, energía máxima en unas coreografías sin tregua y, sobre todo, actitud total con los fans para que el ensamblaje entre estrella y público sea indestructible. Y si es necesario, baja del escenario para interactuar con los fans. El sábado lo hizo dos veces. Micrófono en mano, se acercó y habló con ellos. Quién eres, cómo te llamas, desde dónde vienes y selfi al canto. Un poco más tarde, hizo lo mismo pero grabando mientras cantaba y posaba mirando al teléfono que cogió a uno de los asistentes.
En algunos momentos, se podría echar de menos algún derroche tecnológico y más ambición escénica... pero, ¿quién demonios se va a atrever a reprochar eso cuando el setlist está abarrotado de temazos y miras a tu alrededor y ves que Wembley es una discoteca gigantesca en una noche de verano?. Además, si hay alguna carencia, ella lo suple mirando a su gente, reconectando con el público y tirando de cercanía y simpatía con los suyos. 'Qué maja es esta chica', piensas. Sabe llevarse a la gente de calle y, al final, te parece una más de la pandilla. Dan ganas de invitarla a un helado de vainilla con aceite y sal.
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