Evasión

Una noche con Beyoncé en Londres: por qué nadie puede con ella y cómo consigue que su concierto sea el mayor espectáculo de la música

La energía ni se crea ni se destruye, es lo que trasforma Beyoncé cada vez que da un concierto. Un vendaval de 2 horas y 45 minutos sin tregua, una demostración de fuerza inagotable que explica por qué es la última estrella total, global y transversal. Perdura frente a cualquier moda, sobrevive a cada género y resiste a todas las generaciones. Es, además, una fábrica de hacer dinero que está transformando la forma de explotar el mercado de los shows en directo.

Las divas facturan cuando llenan grandes estadios y se mueven poco. Menos giras y más residencias. Así lo ha entendido Beyoncé, que se ha instalado seis noches en Londres, la única plaza europea en la que va a torear (la otra es París). Que se mueva la gente (47.000 espectadores al día), en vez de hacerlo ella, hasta el Tottenham Hotspur Stadium, donde Harry Kane es leyenda, para ver el Cowboy Carter Tour, el segundo acto de una trilogía que acabará con otro espectáculo en 2027.

Beyoncé (43 años) usa la fórmula del empresario más inteligente: ofrece todo lo que el público espera, pero siempre aporta algo nuevo. Canta (de forma impecable), baila (algo menos que hace años), monta coreografías perfectas y despliega todo un arsenal de poderío visual y tecnológico que consigue que el cliente quede satisfecho y sienta que ha merecido la pena cada libra (y son muchas) gastada por verla en directo. El sentimiento de fidelidad a la marca queda renovado.

Beyoncé es una artista inmensa en lo estético, pero también profunda en lo artístico. Su último disco (Mejor Álbum en los últimos Grammy) es una reivindicación de las raíces negras del country. Y no es un asunto cualquiera, porque a los más puristas les pareció una osadía en su momento que una cantante negra, de r'n'b y hip hop, se atreviese con ese estilo sobre el que pivota su último trabajo que ahora pone sobre el escenario.

Una bandera gigante americana abrió un show que Beyoncé arrancó con American Requiem, una declaración de intenciones, seguido del himno de EEUU, Star Spangled Banner. Patriotismo por los cuatro costados cuando las nubes rompieron sobre el estadio de Tottenham. Diez minutos de lluvia que elevaron la épica del momento. Beyoncé no se vino abajo, miró resignada a las nubes y siguió como si nada. No hay tormenta (ni seguro) que permita cancelar un show de esas dimensiones.

Un toro mecánico, una herradura gigante y un Cadillac volador

El espectáculo siguió con Freedom, otro himno del disco Lemonade, y encadenó con otros temas vibrantes, como Ya Ya o Formation. Cantó Tyrant sobre un toro mecánico dorado y sobrevoló el estadio sobre una herradura gigante mientras cantaba su particular versión de Jolene, el tema icónico de Dolly Parton. Más tarde, apareció sobre un Cadillac rojo cantando 16 Carriages, otro baladón de la noche que también interpretó mientras se paseaba por el cielo del estadio, de grada a grada, acercándose a quien más lejos la estaban viendo.

La mayoría del repertorio fueron temas de su aclamado último disco, Cowboy Carter, mezclado con éxitos de sus últimos trabajos, dedicándole una sección entera a su era dance de su anterior trabajo, Renaissance. Pero Beyoncé es lista y sabe que tiene un público generalista que también quiere escuchar sus hits de siempre. Cedió ante el público más previsible y, desde lo alto de la cabina de un camión, cantó su inagotable Crazy In Love, su aclamado Love On Top, su famoso If I Were A Boy o Irreplaceable. También concedió unos segundos de Single Ladies. En total, 40 canciones y ocho cambios de vestuario que convirtieron el concierto en un desfile de alta costura con diseños de Loewe, Mugler o Versace. Por cierto, Donatella vio este sábado el show en Londres y comprobó in situ cómo brillaba su firma en el escenario. Naomi Cambell fue otra de las vips que asistieron el sábado desde una posición privilegiada.

El protagonismo de Blue Ivy, la heredera de Beyoncé

A ellas nadie las vio en ese momento. Las únicas que tuvieron protagonismo durante el concierto fueron las hijas de la cantante. Rumi salió al escenario de forma testimonial, pero Blue Ivy apareció tres veces bailando casi en solitario. Ya lo hizo en la gira anterior (con dificultades) pero ahora se ha venido arriba y apunta maneras. De momento no canta, pero parece que su madre ya le ha dado la alternativa. Hay heredera.

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