Puede ser que a algunos les asuste la duración de la película. Sí, es verdad, son algo más de tres horas y media, más intermedio. Yo vi The Brutalist en el Festival de Valladolid y al enterarme de la duración me dio mucha pereza, pero venía avalada por muy buenas críticas, así que me metí de lleno en la proyección.
A día de hoy, The Brutalist ostenta premios, fue la ganadora en los pasados Globos de Oro y, sin duda, es una de las favoritas para los Oscar, incluyendo Mejor Película, que a mi juicio podría ganar ya que tiene todos los ingredientes para alcanzar la codiciada estatuilla. Es espectacular en muchos de sus aspectos, entre ellos, un argumento fácil de conectar con el público, a la vez que tiene ese tono mezcla entre los clásico y lo moderno que tanto gusta a los académicos. El brutalismo, para situarnos, es una forma arquitectónica que puede ser austera pero que sin duda es monumental.
La película nos cuenta la historia de László Tóth, un arquitecto de origen judío que tiene que huir de Hungría por el empuje de los nazis. Deja atrás a su adorada mujer y se embarca en un viaje a EEUU, donde residirá durante 30 años. Sus inicios no serán fáciles, pero en un momento de su camino conocerá a un turbio mecenas, un empresario de éxito que le encomienda la construcción de un monumento en el estado de Pensilvania a la memoria de su madre. Este es sólo el inicio de lo que le va a ir sucediendo en ese peregrinaje, incluido el reencuentro con su esposa tras 10 años.
Era fundamental la elección de actores, y ésta es perfecta, empezando por su protagonista, el a veces poco valorado Adrien Brody, inmenso en este trabajo y al que todo el mundo augura un posible segundo Oscar. El gran Guy Pearce interpreta al malvado empresario, mientras que una Felicity Jones en estado de gracia encarna a la mujer de László Tóth.
Amor y supervivencia
Sin duda, The Brutalist es una película compleja que aborda muchos temas, como la devastación a la que se vio sometida Europa durante la Segunda Guerra Mundial, la toxicidad que a veces conlleva el capitalismo o la identidad judía. Todo ello sin dejar de lado que también es una historia de amor y supervivencia al tiempo que nos muestra cómo los años 50 en EEUU fueron, sobre todo, un experimento social y cómo la psicología de la posguerra moldeó la arquitectura de la época, muy bien reflejada. Hay que destacar, también, cómo hacer públicos los sentimientos, algo que entonces no estaba bien visto.
¿Hay que verla? Sí, porque a pesar de su duración, realmente excesiva y de la que no había ninguna necesidad, es una de esas películas que nos recuerdan a otras que arrastraban al cine a millones de personas. Vamos, un tipo de película de las que ya no se hacen.
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