
El mundo está atravesando la mayor y mas compleja crisis de los últimos 90 años. Conocimos guerras, conflictos raciales y religiosos; crisis económicas, y también vivimos la construcción de un nuevo orden basado en acuerdos multilaterales. Hoy ese edificio se ve amenazado por un virus que ha afectado a 180 países.
Los Gobiernos, con distinto grado de urgencia, han tomado las riendas de la situación. La comunidad científica y sanitaria, con gran dedicación y entrega, se ha movilizado para controlar la epidemia de tal forma que ya está remitiendo el número de víctimas. Nada puede asegurar la vuelta de los contagios, pero se ha ganado en experiencia y se ha ampliado la capacidad de asistencia sanitaria.
La clave ahora está en el prudente desconfinamiento para enfrentar las grandes repercusiones que se producirán en la economía, la sociedad y las relaciones internacionales. El impacto económico es muy fuerte. En lo inmediato, se trata fundamentalmente de los mercados, deprimidos por una doble crisis de oferta y de demanda.
La oferta se vio afectada por el cierre de empresas y la caída del comercio y los precios internacionales -sobre todo las materias primas-, y el desplome de la demanda que provoca el cierre de los mercados y el brutal desempleo. En la región, el sector informal llega hasta el 60% del empleo. Un porcentaje muy alto de la población vive en la calle, y de la calle salen sus ingresos. Otros sectores, como el turismo, la cultura o el deporte se ven amenazados.
Para hacer frente a los desafíos, los Estados requerirán financiamiento internacional y especialmente regional. Los países desarrollados cuentan sus propias monedas y con sus bancos centrales que les proporcionan los recursos que van a necesitar los gobiernos para hacer frente a los gastos de la salud pero especialmente para abatir las altas tasas de desempleo, fuente de turbulencias sociales y políticas.
Los países en vías de desarrollo requieren igualmente de la cooperación internacional y en especial de las instituciones regionales de financiamiento (BID, CAF, entre otras) que necesitan fuertes capitalizaciones.
La puesta en marcha de las políticas de reapertura y sus consecuencias sociales requiere de grandes consensos entre los grandes actores del proceso: los Gobiernos, los representantes del empresariado y de los trabajadores. Este es un gran desafío para la clase política y los partidos, ojalá capaces de acordar consensos en un momento tan excepcional.
Pero se requiere, además, dar solución a los grandes desencuentros en las actuales relaciones políticas y económicas en el mundo. Los desencuentros sobre políticas comerciales y la competencia en los avances tecnológicos revelan la crisis de confianza en las visiones internacionales que puso en marcha la posguerra y dieron lugar al multilateralismo en las relaciones internacionales. Esa desconfianza pone en peligro el comercio internacional abierto que puso en marcha la comunidad internacional con la Organización Mundial de Comercio. Erosionar esos principios sería un gran golpe a la economía internacional.
Hasta que los científicos encuentren una respuesta tendremos que hacer frente a decisiones nacionales difíciles que requieren consensos políticos fundamentales. Esos consensos deberán tener en contrapartida una visión internacional de acuerdos básicos para no destruir las conquistas logradas en Naciones Unidas y en Bretton Woods. Y, además, incorporar las nuevas demandas que reclama el clima y las implicaciones de la tecnología sobre la economía y la sociedad.
La cooperación entre las instituciones científicas parece estar dando una buena respuesta ante las urgencias que reclama la epidemia. En la misma dirección cabría esperar la reacción de la comunidad internacional para apoyar, en especial, a países en vías de desarrollo y reforzar los recursos de financiamiento y la administración de sus deudas. La comunidad iberoamericana debiera reflexionar cómo sumarse a los esfuerzos de cooperación con los países menos desarrollados de la región.
El mundo enfrenta problemas muy serios y con potencial de agravamiento si no se abordan con grandes acuerdos internos e internacionales. Los costos de la crisis los sufrirán en mayor escala los sectores sociales desprotegidos y los países menos desarrollados. Si queremos seguir construyendo una comunidad en paz y justicia, los próximos años requieren muestras de solidaridad a la altura de las que se promovieron tras la Segunda Guerra Mundial.